Director de orquesta y filósofo; compositor y conferenciante, Iñigo Pírfano manifiesta esta doble formación y condición profesional en su primer libro sobre la belleza. No pretende tanto argumentar o aportar nuevas ideas como escribir reflexiones sobre la belleza con cierto tono poético. De ahí su estilo, entre solemne y trascendente, y el continuo sucederse de citas, ejemplos y evocaciones.
El inicio del libro, huellas del absoluto, y su título es la credencial del autor: pertenece a la filosofía realista y clásica y concibe el arte como camino a lo trascendente. Quiere relacionar la ebriedad del poema de Claudio Rodríguez con los trascendentales verum, bonum, pulchrum. En la introducción nos advierte que no vamos a encontrar un libro erudito, ni un libro escrito por un artista que desconozca la profundidad especulativa. Es también su reto.
En esta pieza de ensayo poético, Pírfano se desenvuelve libremente, citando a aquellos filósofos, compositores y ensayistas a los que considera autoridades y cuyas ideas comparte, sin sentirse obligado por un posible prurito académico a no olvidarse de ciertos filósofos o a mostrar alguna erudición. El compositor y músico bilbaíno escribe a su aire, disfrutando de unas citas que glosa y proponiendo al lector unas consideraciones de la belleza como creador y protagonista y no como espectador.
Pírfano recoge una cuidada selección de citas de filósofos y músicos a los que considera maestros y autoridades y los que concede el hilo conductor de su libro. Trata de la belleza o, más bien, del estado de ebriedad intelectual y sensible que produce, y se apoya en numerosos ejemplos sobre las grandes obras musicales. Aunque Pírfano también hace referencia a otras manifestaciones de la belleza, como pueden ser obras de la pintura y de la literatura, se nota que se desenvuelve mejor con las características concretas de la música.
Ebrietas se inserta en la tradición de la verdad como aletheia propia de Heidegger, al que cita junto a Giorgio de Chirico y a Zagajewski. De ahí pasa a considerar la belleza como esplendor de la verdad, y la obra de arte como juego. Su disertación sobre lo lúdico y el sentido del humor con citas de Huizinga, Paul Klee y la distinción aristotélica entre praxis y poiesis nos dejan claro que Iñigo Pírfano ha optado por un estado de exaltación y ebriedad para su ensayo y no pretende hacer ningún ensayo sobre Estética.
En esta línea, es crítico con ciertas ideas muy difundidas sobre el arte y expresa lo erróneo de la idea de considerar que hay que acercar el arte al pueblo, porque el arte está hecho para la persona y en eso lo equipara al amor. Es la persona la que debe ascender hacia el arte, insiste. Y nos muestra su desagrado ante las modas que idiotizan y ante la pretendida cultura de masas.