El enredo de la bolsa y la vida

Seix Barral.
Barcelona (2012).
272 págs.
18,50 €.

GÉNERO

El (esperado) éxito de ventas de El enredo de la bolsa y la vida, la última novela del barcelonés Eduardo Mendoza con el innominado detective que viera la luz en El misterio de la cripta embrujada, confirma la querencia de los lectores por una literatura amable, de humor, en tiempos de crisis.

Al igual que en los otros títulos que conforman la (hasta ahora) tetralogía –El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras–, la trama de El enredo de la bolsa y la vida es un desvarío de principio a fin. El protagonista, un investigador vocacional que nunca ha estado muy en sus cabales, se ve atrapado tras la desaparición de un viejo amigo por una red de terrorismo internacional que planea un atentado en Barcelona. Junto con sus peculiares ayudantes, una fauna de seres imprevisibles y periféricos, el detective va desovillando la madeja del caso hasta el final feliz presentido por todos.

La historia es aquí lo de menos. Mendoza vuelve a retratar desde diferentes perspectivas su ciudad natal, marco de casi toda su obra, y hace desfilar a una galería de tipos a cual más encantador y curioso. Con el lenguaje alambicado (ya marca de la saga) que se gasta el detective, cronista de la intriga, las páginas de la novela van cayendo sin esfuerzo y el lector agradece en general esa “comedia ligera” y sin pretensiones que, de vez en cuando, sorprende con un chispazo lingüístico, un dardo intencional o una broma ocurrente de veras, como en todos los episodios en que discursea la familia que regenta el bazar oriental lindante con la peluquería del narrador.

Sin embargo, quizá el problema de este “enredo” sea precisamente ese “de vez en cuando”. Porque, aunque el libro presenta, como hemos apuntado, escenas brillantes y giros audaces y pasmosos, el humor se desmaya en ocasiones, y a veces, incluso, se regodea en el mal gusto (véase la historia del coadjutor de la parroquia que explota a la hermana del protagonista). Por eso, la fórmula de este desastrado detective, que alcanzó su cenit en los dos primeros títulos y empezó a aguarse ya en el tercero, muestra aquí síntomas visibles de agotamiento.

“Es imposible leerlo sin carcajadas”, promete la contraportada del libro. Aun disfrutando, sí, de algunos momentos hilarantes, dudamos que la mayoría de los lectores suscriban al final ese eslogan.

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