Alabado por sus compatriotas James Joyce y Samuel Beckett y considerado por Harold Bloom en su Canon occidental como uno de los escritores irlandeses más importantes en lengua inglesa, la fama y el prestigio de Flann O’Brien (seudónimo de Brian O’Nolan, 1911-1966) no paran de crecer, aunque en su tiempo tuviera una difusión muy restringida. A partir de su muerte, y de manera especial desde la publicación póstuma de su novela El Tercer Policía, O’Brien ha empezado a conocerse en el extranjero. Y eso que no es nada fácil traducirlo, pues en muchos de sus escritos combinaba el inglés y el irlandés. Confirma esta dificultad en el prólogo de La gente corriente de Irlanda Antonio Rivero Tavarillo, también responsable de la traducción.
En el aniversario de su centenario, Nórdica publica una selección de las más de tres mil columnas periodísticas que O’Brien escribió para The Irish Times desde 1940 hasta 1966. Con anterioridad, Nórdica ha publicado todas sus novelas: El Tercer Policía, Crónica de Dalkey, La boca pobre, La vida dura y En Nadar-dos-pájaros. Estas obras, inclasificables, basadas en increíbles parodias literarias y lingüísticas, derrochan ironía, vanguardismo y sentido del humor. No se trata de libros populares, comerciales, sino de inteligentes experimentos literarios, la mayoría arriesgados.
Las mismas características estilísticas aparecen en estas variadas colaboraciones periodísticas, pues en ellas tienen cabida desde la descripción de inventos absurdos hasta interesantes análisis sobre los vicios del lenguaje popular, pasando por sus imaginativos y desternillantes dardos contra la sociedad literaria de su tiempo. Las firmó con seudónimo para tener más libertad a la hora de escribir, ya que O’Brien trabajaba en la Administración Pública y llegó a ser secretario de varios ministros.
No es O’Brien, sin embargo, un escritor corrosivo. Lo suyo es la mirada irónica de la realidad, aunque siente una especial inclinación por ridiculizar los clichés y estereotipos léxicos, literarios y sociales más extendidos y cimentados en la sociedad de Dublín. Llegó a definirse como “inspector de sanidad nacional y literaria para Irlanda”. Y aunque es muy local, como les suele pasar a los grandes escritores, el alcance de su sátira es universal. Para Rivero Tavarillo, experto en la obra del escritor irlandés, en sus columnas “siempre brillan la erudición, la parodia, y ese rasgo sin el que un escritor (y más aquel que se desenvuelve en periódicos) está perdido: un fino oído acompañado de la capacidad de reproducir el lenguaje del común en letras de molde”.