La muerte de Kim Jong Il no ha dejado ver más que unos funerales orquestados por la propaganda y un duelo popular efectista; nada, evidentemente, de las secuelas de la hambruna ni tampoco de las represalias contra los disidentes. Porque Corea del Norte padece uno de los regímenes totalitarios más inhumanos del planeta. Barbara Demick, corresponsal en Seúl de Los Angeles Times, así lo certifica en Querido Líder, donde recoge los testimonios, las confidencias y los diálogos que ha mantenido a lo largo de siete años con muchos norcoreanos huidos.
El logro de Demick no es literario; es más bien un ejercicio de crítica política imposible de realizar in situ, muy cercano a la vida real y cotidiana de quienes viven bajo la férula de la dictadura más hermética. Abundan los recuerdos y los sentimientos de personas sin nombre o con pseudónimo, que reflejan las penurias económicas y la insania de una dinastía dictatorial con ropaje comunista. Resplandece, como una de las consecuencias más dramáticas del totalitarismo, la completa ideologización, la absoluta politización de toda la conducta individual: lo que en un país libre constituyen acciones neutrales o, al menos, intrascendentes desde una perspectiva partidista, pueden suponer en Corea del Norte traición o fidelidad al régimen, o significar la esperanza de un ascenso o la amenaza de un castigo.
Lo más trágico, en cualquier caso, es que este libro, que podría ser uno más de aquellos reportajes históricos sobre dictaduras ya pasadas –como los que cuentan la vida en los campos de concentración–, es el triste testimonio de nuestros coetáneos asiáticos. ¿Se aventura, tras la muerte de este líder, algún cambio o al menos una relajación? El tiempo lo dirá, pero parece que el hijo y sucesor de Kim Jong Ilquiere reforzar políticamente el régimen y asentar su protagonismo, aunque siga siendo a costa de una población arruinada y un país devastado económica, política y humanamente.