Actores de la pantomima: una historiadora del Arte, Julia Álvarez, casada con un visionario climatólogo que ha sido secuestrado en el noreste de Turquía; inspectores de policía y guardias civiles; adoradores del ángel caído; agentes de la seguridad de Estados Unidos; y hasta el presidente de la nación más poderosa de la tierra. Escenarios: la catedral de Santiago de Compostela, la Casa Blanca, el monte Ararat, la Inglaterra isabelina de John Dee… Tiempo: setenta y dos horas. Y, entre medias, una ensalada de sarcófagos, relicarios, epopeyas fundacionales, el Arca de Noé y piedras mágicas para comunicarse con los ángeles, todo en ese estilo plano y vacío que caracteriza este tipo de ficciones –el grado cero de la escritura–, repletas de capítulos cortos y adjetivos superfluos.
El artífice del guiso es el turolense Javier Sierra (1971), autor que maneja con soltura los mimbres del best seller en la estela de Dan Brown. Al igual que sucede con el estadounidense, tanto la verosimilitud como la hondura en el retrato de los personajes se supeditan al vértigo de la acción y las cortinas de humo (“cuando la rescatamos en Santiago, liberamos una descarga de neoplasma de un tesla, casi diez mil gauss de intensidad”…; y así).
Susto tras susto, el lector acompaña a Julia por una trama que se mueve entre lo policíaco y lo esotérico, a propósito de unas “adamantas” que obraron en poder del astrólogo del siglo XVI John Dee, y que persiguen muchos interesados por sus facultades sobrenaturales.
Lo mejor que se podría decir de este cuento es que recuerda un poco a Alfred Hitchcock o a la Charada de Stanley Donen, pero Sierra carece del sentido del humor de ambos maestros. Se toma tan en serio, que ha venido a afirmar que el alcance de su novela solo se podrá asimilar en “cien años”.
El mayor problema de El ángel perdido estriba en la fatal influencia del modelo Brown, con su pueril simbología y sus delirios herméticos, si bien hay que reconocer que la copia mejora por momentos el original. Si solo le pedimos entretenimiento –lo cual es absolutamente legítimo–, no decepciona.
En definitiva, no es El ángel perdido una obra fallida, ni mucho menos; basta con revisar la lista de los títulos más vendidos para comprender que el propósito de Javier Sierra, y el de su editorial, se ha cumplido con creces.