La idea de este libro viene suscitada por el recién finalizado año sacerdotal, propuesto por Benedicto XVI. El autor, ingeniero químico y sacerdote él mismo, ha hecho una breve antología en la que presenta la figura del sacerdote a través de textos extraídos de once obras de la literatura universal. De Victor Hugo a Manzoni, pasando por Cronin, Cather, Bradbuy y -como no podía ser menos- Chesterton y Guareschi. Extractos donde el sacerdote es un hombre de carne y hueso, una persona corriente que, a pesar de sus defectos o -como dice Alviar en su introducción- precisamente por ser lo que son, vasijas de barro, dejan pasar la luz de la gracia divina. “Algunas narraciones son trágicas, melancólicas o sombrías, y otras más socarronas, irónicas o sencillamente desternillantes”. Alviar nos prepara y nos da otra sugerencia: “¿Tal vez sea ésta otra indicación de la riqueza humana del sacerdocio?”.
La siguiente sugerencia es clara. Si la primera intención es presentar al sacerdote en buenas obras de la literatura universal y, a partir de ellas, invitar a reflexionar sobre esa vocación, el lector ávido de joyas tiene delante unos títulos y unos autores que ahora descubre o redescubre. Alviar defiende en su prólogo haber hecho una antología tan breve y reducida como para incitar al lector a continuar por sí mismo su personal búsqueda literaria a partir de unas buenas sugerencias.