Nora, una chica de dieciséis años que vive con sus abuelos en Jerusalén, comienza su narración cuando una compañera de clase se suicida en un atentado terrorista en el que mueren varias personas más. Pocos días después, en una celebración familiar a la que ha sido invitada por su amiga Fátima, Nora es testigo de cómo un primo de Fátima, Ahmed, un chico de pocos años, es alcanzado por una bala disparada por soldados israelíes. En medio de la irracionalidad de los atentados suicidas y de las decisiones políticas y militares que azuzan más el odio, Nora ve cómo hay quienes optan por el perdón y también conoce por fin quiénes fueron sus padres.
Relato intenso que atrapa y no da respiro al lector. Nora es una chica lista, capaz de mantener una gran entereza en situaciones límite. Muestra las distintas caras del conflicto en medio del que vive por medio de sus reflexiones y de sus conversaciones: con sus amigos y amigas, con sus abuelos, con una profesora, con un fraile al que conoce un día que entra en una iglesia, con un oficial israelí. A través del comportamiento de algunos personajes —una madre palestina, una madre israelí, la misma Nora—, se acentúa el valor de quienes optan por el perdón e intentan actuar con sentido de la justicia.
Se puede objetar que los diálogos son demasiado buenos y, por tanto, irreales tal como están contados, pero es cierto que la literatura, y en particular la literatura juvenil, también es eso: hacer más corta una historia larga, hacer comprender más con menos. Y no es fácil hablar tan bien de cómo Jerusalén, el lugar donde más se ha amado -dice un personaje-, es, también, el lugar donde más se ha sufrido y se sufre.