Aunque poco conocida del público español, Coriolano no ha dejado de interesar a directores y dramaturgos contemporáneos. Esta tragedia ha soportado interpretaciones diversas, muchas veces contrarias. Javier Montes recuerda en su interesante introducción que la obra ha propiciado lecturas nazis, liberales, marxistas, conservadoras, esteticistas, históricas, de actualidad, populistas… Unas son más valiosas que otras, pero, en todo caso, ninguna de ellas podría reclamar una hipotética legitimidad intelectual del Bardo. La historia ha mostrado que la obra de Shakespeare es multisignificativa.
Una sólida unidad temática impide que en ella germinen los geniales personajes secundarios shakespearianos. Sólo sube a escena el desnudo conflicto de Coriolano. Son los años de la República de Roma y el comienzo de la institución de los Tribunos de la Plebe. Coriolano, patricio y general romano, aborrece a la plebe y a sus representantes políticos. El orgullo del heroico guerrero no le permite acatar el poder popular y al destierro se lleva su soberbio desamor, su venganza rencorosa, un sorprendente desagradecimiento hacia su familia y la traición a su patria. En primer plano se nos presentan las luchas entre clases sociales o el relativismo hipócrita de los políticos y en estratos menos visibles un debate -recurrente en Shakespeare- sobre las prerrogativas del genio o las relaciones entre libertad y educación.
Esta compleja desnudez dramática no hace más fácil una interpretación. Además, en esta ocasión, hay otra dificultad que el lector tendrá que superar. Pese a la riqueza humana y literaria de la tragedia, bastantes lectores de Coriolano experimentan una cierta desazón. No logran empatizar con ninguno de los personajes. Ya lo señaló W. H. Auden a mitad del siglo XX: «Exceptuando el caso de Virgilia -que casi no habla-, hay muy pocos personajes con los cuales podamos empatizar». La empatización sólo puede llegar por la vía del espectáculo, del montaje, es decir, desde una determinada presentación escénica. Virgilia -la esposa de Coriolano- y su hijo carecen de un discurso sustantivo, y todos los demás personajes son una amalgama de valor y miedo, de interés y orgullo, de clasismo y tozudez, de grandeza y mediocridad que desde el texto parece insuficiente para polarizar la empatía de algunos lectores. Ofelia, Hamlet, Perdita, Romeo, Julieta, Lear, Miranda… conforman un «locus amoenus» psíquico en el que el lector se arrellana. Es rara esta orfandad afectiva de Coriolano y quizá por ello tentadora.