El enorme éxito de la escritora india Jhumpa Lahiri (Londres, 1967) tiene mucho que ver con el marco conceptual de la globalización. Por un lado, la extrañeza de la postmodernidad, un espacio abierto y fronterizo donde todas las siglas de la identidad chocan entre sí. Por otro, la condición fronteriza de la autora, nacida en Londres, hija de padres de clase media bengalíes, y criada en Rhode Island.
Además, Lahiri huye de ciertas concepciones vanguardistas de la última literatura norteamericana -pienso en un David Foster Wallace, por ejemplo, o incluso en un Don DeLillo- para adherirse con rigor a los postulados más clásicos de la gran novelística anglosajona. Prosa y estilo tradicionales, al servicio de los nuevos problemas humanos surgidos de la globalización y de las dudas posmodernas.
Su primer libro de relatos, Intérprete de emociones, mereció el prestigioso Premio Pulitzer, mientras que su debut novelístico, El buen nombre, fue aclamado por la crítica especializada. Ahora llega un nuevo libro de relatos, Tierra desacostumbrada, compuesto por ocho narraciones, y en el que una vez más la autora reflexiona sobre el papel de América como tierra de acogida y sobre los transformaciones que la emigración trae consigo entre las personas y las familias obligadas a marcharse de su país.
Al contrario que en obras anteriores, la atención no se centra aquí en las dificultades de la primera generación de inmigrantes sino en los cambios que se operan en la segunda y tercera generaciones, cuando ya los lazos con el origen se han ido perdiendo y las tensiones latentes son intra-familiares: abuelos, padres y nietos.
Lo más hermoso de estos relatos es la naturalidad casi doméstica con la que Lahiri guía a sus personajes. De hecho, la sensación es que son personajes que crecen solos, un punto perdidos en el mundo, deseosos de comunicarse con sus seres queridos pero definitivamente llamados a la soledad. No una soledad dañina, ni enfermiza, sino muy humana y algo melancólica. En cierto modo, los protagonistas de estos relatos son personajes en busca de un sentido que no podríamos catalogar como existencial o trascendental, pero que rastrean -a veces dolorosamente- el camino del amor y de la pérdida, del encuentro y de la desilusión. Y todo esto, Lahiri logra plasmarlo con una gran sutilidad y un enorme respeto.