José Luis Ferris publicó en 2002 Miguel Hernández. Pasiones, cárcel y muerte de un poeta (Temas de Hoy), la biografía más completa que existe del escritor de Orihuela, que nació el 30 de octubre de 1910. Como este año se conmemora el primer centenario de su nacimiento, se publica ahora una edición ampliada y revisada.
El libro de Ferris, muy documentado, permite eliminar de la biografía y de la imagen de Miguel Hernández algunos tópicos que quizás son los que más han contribuido a su popularidad y a convertirle en poeta del pueblo, expresión siempre contaminada de política. Lo mejor que le puede pasar a Miguel Hernández es que se lea directamente su poesía -y también sus textos dramáticos y sus prosas- y se descubra, en sus diferentes etapas, todas interesantes, su atormentada vida, su pasión poética, su originalidad estilística y su desbordante entrega a la poesía en medio de las muchas dificultades que tuvo que superar. Su detención al acabar la Guerra Civil y su trágica muerte en la cárcel de Alicante como consecuencia de la tuberculosis truncaron la carrera de un poeta con voz propia. La biografía de Ferris proporciona mucha información inédita, de manera especial sobre los últimos meses de su vida.
Miguel Hernández nació en la localidad alicantina de Orihuela. Su padre era pastor y tratante de ganado. La imagen de que fue un inculto pastor que consiguió con mucho esfuerzo adquirir cultura y dedicarse a la literatura no es del todo cierta, pues Hernández comenzó desde 1915 a acudir a la escuela, aunque muchas veces tenía que ausentarse para echar una mano en el negocio familiar. Siguió estudiando hasta 1925, cuando inicia los estudios de bachillerato, aunque es ese mismo año cuando su padre sufre un revés en los negocios y decide que Miguel abandone los estudios para dedicarse primero a trabajar en un comercio de textiles y a los pocos meses por entero al pastoreo. “En contra del divulgado tópico que lo encuadra en un rotundo autodidactismo sin más matices -escribe Ferris-, tuvo un periplo escolar bastante más amplio del que se le ha venido atribuyendo”. Por su cuenta, Miguel sigue leyendo poesía, novelas y colecciones teatrales.
Pronto comienza a escribir poemas. En esos años conoce a Carlos Fenoll, un muchacho de su edad que trabaja de panadero y que también es poeta, y a José Marín, tres años menor que Miguel pero con una profundísima preparación académica e intelectual, católico de arraigadas convicciones. Jesús Marín adoptará el seudónimo de Ramón Sijé. Se trata de un interesante personaje, cuya prematura muerte propiciará la famosa Elegía. Sin embargo, Sijé no sale muy bien parado en la biografía de José Luis Ferris, para quien la influencia del catolicismo en la personalidad de Hernández, en sus años de formación, es un lastre que empeora su literatura. En este y en algunos otros temas, la biografía de Ferris es a veces parcial.
Viento del pueblo
Luego vienen sus viajes a Madrid (el primero, un sonoro fracaso), su relación con otros escritores (especialmente con Pablo Neruda y Vicente Aleixandre), su residencia en la capital, su ruptura con todo lo que representa Ramón Sijé y Orihuela en el plano ideológico y también religioso. Cuando Miguel empieza a ser conocido, sobre todo tras la publicación de El rayo que no cesa y su famosa Elegía, viene la Guerra Civil, que transformará radicalmente su vida y su poética. Miguel se alista como soldado raso, aunque pronto, como comisario político, pasa a desempeñar tareas propagandísticas. Poco antes de la guerra, había ingresado en el Partido Comunista.
Durante la guerra su actividad es incesante. Da recitales, escribe obras teatrales, colabora en todo tipo de revistas y publicaciones y se convierte en una de las imágenes más populares del bando republicano. Muchas de las poesías que escribe durante estos meses formarán parte de su libro Viento del pueblo, libro que le convirtió en un símbolo de la lucha en el bando republicano. Durante la guerra contrae matrimonio con Josefina Manresa. Y sigue escribiendo poemas que forman parte de su nuevo libro, El hombre acecha, que se quedó en la imprenta con el final de la guerra.
En los últimos días de la guerra escapa a Portugal, pero es detenido por la policía portuguesa, que lo entrega en la frontera a la Guardia Civil. Ingresa en la prisión madrileña de Torrijos. De manera inesperada, Miguel queda en libertad en el mes de septiembre, y aunque sus amigos vuelven a aconsejarle que abandone España, viaja hasta Orihuela para reunirse con su mujer y su segundo hijo. Allí fue nuevamente detenido y más tarde condenado a muerte, aunque le conmutan la pena por treinta años de prisión. En noviembre de 1941, en la prisión de Alicante, ingresa en la enfermería aquejado de una galopante tuberculosis. Murió el 28 de marzo de 1942.
No resulta fácil situar la poesía de Miguel Hernández en la evolución de la literatura española del siglo XX, como escribe José Luis Ferris. Por un lado, no acaba de formar parte de la Generación del 27; por otro, no sabemos cómo hubiese evolucionado su poesía tras la guerra, aunque Cancionero y romancero de ausencias, conjunto de poemas escritos en prisión, apuntan a una poética muy distinta a la utilizada en Viento del pueblo y El hombre acecha, poemarios muy políticos y de circunstancias, aunque incluso en esta faceta las poesías de Hernández tienen luz propia.
La crítica destaca también Perito en lunas, incomprendido en su tiempo por su exagerado conceptismo barroco. La poesía de Hernández se convirtió en un ejemplo para los poetas de la inmediata postguerra, especialmente de los denominados tremendistas, que publicaban en la revista Espadaña que dirigían Victoriano Cremer y Eugenio de Nora; también es visible su influencia en otros poetas que empiezan a despuntar en esos años, como José Hierro, Blas de Otero, Rafael Morales y José Luis Hidalgo, entre otros.
Ahora, en su centenario, se destaca la apuesta arriesgada de su primera poesía, la de Perito en lunas, en la línea del gongorismo que puso de moda la Generación del 27, y se reconoce sin dudarlo la calidad de su compromiso humano durante los años de la guerra civil. Además, algunas de sus poesías, como la Elegía a Ramón Sijé y las Nanas de la cebolla, ocupan un privilegiado lugar en las antologías de la poesía española del siglo XX.