Gracias a la labor realizada por Vitali Shentalinski conocemos con profundidad la represión que padecieron un buen número de escritores rusos durante la dictadura comunista, en especial durante los años de terror de Stalin. En Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores se publicaron Esclavos de la libertad, Denuncia contra Sócrates y Crimen sin castigo.
Cartas a Stalin es un sencillo volumen que recoge la correspondencia que dos importantes escritores soviéticos, Bulgákov y Zamiatin, enviaron a Stalin para intentar solucionar sus problemas con el poder. Para Stalin, como antes para los zares, los escritores tenían una consideración especial. Eran los ingenieros del alma rusa y tenían asignados un papel clave en la regeneración del pueblo y en la implantación de los valores comunistas. A algunos, los más dóciles, les premiaron con prebendas; con otros se aplicó una férrea censura que imponía, además, escribir un tipo específico de literatura. Aquellos escritores que se rebelaron y no aceptaron estas consignas sufrieron duras represalias.
Dos de ellos fueron estos escritores. Bulgákov (1891-1940), el autor de La guardia blanca, empezó a ser perseguido a raíz del éxito de sus obras teatrales, que fueron prohibidas a finales de la década de los años veinte. En las carta que escribió al secretario general del todopoderoso Partido Comunista le pedía que le devolviesen sus manuscritos y, también, que le dejase abandonar la URSS. Bulgákov manifiesta que no puede sobrevivir por más tiempo a esa sensación de escritor acorralado, aniquilado. Para Bulgákov la condena impuesta -ni estrenar ni escribir- “es lo mismo que ser enterrado vivo”.
Pero ni siquiera ante Stalin renuncia a sus principios: “La lucha contra la censura, cualquiera que sea, y cualquiera que sea el poder que la detente, representa mi deber de escritor, así como la exigencia de una prensa libre”. Stalin no pensaba lo mismo. La gran novela de Bulgákov, El maestro y Margarita, escrita a finales de los años treinta, no se pudo publicar hasta 1966.
Por su parte, Zamiatin (1884-1937) consiguió que en 1932 se le autorizase a abandonar la URSS, “tras la sentencia de muerte que ha sido pronunciada contra mí como escritor”. Su novela Nosotros (1921), sobre una sociedad futura marcada por el control total del Estado sobre los ciudadanos, le valió la prohibición de escribir. Se trasladó a París, donde murió. Al igual que Bulgákov, Zamiatin no puede soportar su situación en la URSS. “Para mí -dice-, como para cualquier otro escritor, la privación de la posibilidad de escribir constituye un castigo mortal”.
Dos magníficos ejemplos, pues, de la alta consideración que tenían estos autores del acto de escribir y, como escribe Marcelo Figueras en el prólogo, dos ejemplos de la ingenuidad de dos escritores que pensaban, como se aprecia en estas dramáticas cartas, que se podía dialogar con el poder absoluto de Stalin.