El 13 de junio de 2008 fue un importante hito para el Camino Neocatecumenal. En esa fecha, el Cardenal Rylko, Prefecto de la Sagrada Congregación para los Laicos, hizo entrega a su fundador Kiko Argüello de los estatutos aprobados por la Santa Sede. Tras un periodo de prueba, posibilitado por el apoyo de Juan Pablo II, quedaba clara la identidad eclesial y se otorgaba la aprobación vaticana al Camino, admitiendo la reforma de algunos detalles en las celebraciones litúrgicas.
Así empieza la periodista Virginia Drake, de pluma ágil y capacidad de síntesis, este amplio reportaje sobre la realidad espiritual de esta institución de la Iglesia Católica. Para la autora, que confía en ser neutral al escribir tras un periodo de acercamiento personal al Camino, es necesario conocer las enseñanzas del Vaticano II para comprenderlo: la nueva evangelización como una de las claves del Concilio. Ese es el fin del Camino Neocatecumenal: conseguir una constante reconversión de los cristianos adultos.
Virginia Drake considera importante describir el ambiente en el que se desarrolló inicialmente el Camino. El barrio de Palomeras Altas, uno de los suburbios de chabolas en Madrid a finales de los años 50, fue donde se gestó aquella pequeña semilla cristiana. Para describirlo, aprovecha los medios que ha obtenido, ya que sólo ha conseguido una fugaz entrevista con Kiko Argüello. La autora ha dedicado bastantes páginas a dialogar con Mariano Gamo, un cura obrero de aquellos años en los que la identidad sacerdotal se mezclaba con la política. Quizá es excesivamente larga esa ambientación, pero la periodista no ha querido o podido consultar otras fuentes.
Al lado de Kiko, de profesión pintor, desde hace años trabajan Carmen Hernández, una mujer que deseó ser misionera y lo consiguió sin trasladarse a exóticos países y el P. Mario Pezzi, antiguo comboniano y sacerdote. Los tres trabajan desde hace años en Roma para extender la labor de los neocatecumenales (cerca de un millón de personas en todo el mundo) en su servicio a la Iglesia.
Kiko Argüello nunca olvidará el 8 de diciembre de 1959, fiesta de la Inmaculada, fecha en la que la Virgen María le hizo saber que deseaba que se formaran muchas pequeñas comunidades familiares, en las que se viviera el ambiente de la Sagrada Familia de Nazaret. Kiko quiso plasmar artísticamente ese reto con un icono, inspirado en los griegos antiguos, de la Virgen con el Niño Jesús. Un buen ejemplo de este icono es el realizado por el fundador en una de las capillas laterales de la Catedral de la Almudena de Madrid. También decidió colocar en un lugar visible para la comunidad un Cristo crucificado en metal dorado, apoyado en tres patas que simbolizan la Palabra, la Liturgia y la Comunidad.
El Camino está abierto a todo tipo de personas aunque la mayoría sean laicos. También hay párrocos y religiosos que siguen esta senda neocatecumenal. El itinerario dura al menos un periodo de 20 años y posteriormente se va renovando. A las primeras comunidades de Zamora (1957) y Madrid (1958), siguieron pronto la de la Parroquia de los Mártires Canadienses (1968) en Roma. Actualmente su extensión es muy amplia, incluso se trasladan familias enteras con un sacerdote vinculado al Camino a países descristianizados o paganos.
La autora del libro no esquiva cuestiones más espinosas como las soluciones que ofrece el Camino para casos de malos tratos a mujeres casadas y la conducta a seguir con los homosexuales. En esa línea también aborda, por ejemplo, las finanzas de las comunidades neocatecumenales o la libertad para abandonar el Camino. Aunque se trata sobre la promoción de vocaciones religiosas y sacerdotales entre sus jóvenes seguidores, quizá no queda clara la vinculación de los seminarios Redemptoris Mater con los neocatecumenales. En cualquier caso existe un gran interés en informar e invitar a cardenales y obispos sobre sus actividades.
Con sus limitaciones, el volumen intenta dar noticia de una de las alternativas espirituales más extendidas en el seno de la Iglesia católica desde la segunda mitad del pasado siglo.