Esta excelente novela corta de Henry James (1843-1916) sigue ejerciendo la misma fascinación que en 1888, cuando se publicó.
La historia de un editor que se hospeda durante varios meses en el palacio veneciano de una anciana señora y su sobrina sirve a su autor para exhibir su destreza en la caracterización psicológica de los personajes. El editor es un “caza-tesoros” que ha llegado a la conclusión de que la mujer conserva ciertas cartas y documentos inéditos del poeta estadounidense Jeffrey Aspern, una gloria de las letras ya fallecida y amante en su juventud de la dama. Ésta ha vivido alejada del mundo, recluida como una sacerdotisa en su templo, con la sola compañía de su sobrina, una mujer timorata que verá en la llegada de su huésped la oportunidad de abandonar ese retiro.
La historia, narrada en primera persona, adopta la voz del editor, quien, con una identidad falsa para no levantar sospechas y provisto de una paciencia sin límites, pretende ir minando la reticencia de su anfitriona para obtener “los papeles de Aspern”.
A lo largo de nueve capítulos, asistimos a un sugestivo y ambiguo guiñol, que nos despliega las artes de unos y otros para adquirir (o conservar) ese preciado tesoro, hasta el punto de que al final ignoramos quién era el ratón y quién el gato. Porque si el editor se muestra capaz de casi todo con tal de alcanzar su recompensa -incluso de coquetear con la sobrina para ganarla a su causa-, la anciana no vacila en exprimirlo, y tolera su presencia solo por el abusivo alquiler que le exige.
James transmite toda la decadencia de esa ciudad irrespirable y la congoja de las mujeres, que han perdido todo contacto con la realidad. Tanto ellas como el narrador son víctimas del pasado y sus hechizos. Mientras la dama, marchita por la edad y la sordidez de su vida, se consuela con la lectura de los versos que inspirara su belleza incomparable, su sobrina evoca los primeros años en el palacio, cuando aún recibían visitas y salían a pasear en góndola. Por su parte, el editor podrá aprender lo lejos que la literatura queda a veces de la vida y el error de cualquier mitomanía.
Los papeles de Aspern admite numerosas lecturas; por ejemplo, la consabida exploración de ese tema tan jamesiano que fue la relación entre Estados Unidos y el Viejo Continente; e incluso su adscripción al género del terror. Cuando la voz de ultratumba de Jeffrey Aspern aconseja al editor: “¡Sal de ahí antes de que sea demasiado tarde, amigo mío!”, el lector, preso en la tela de araña tejida por James, siente que ya no hay tiempo para advertencias.