La anterior novela de Sam Savage, Firmin, la única que había publicado hasta entonces, se convirtió en un éxito de ventas internacional. Por eso existía expectación por conocer la nueva obra de este autor (Carolina del Sur, 1940), doctor en filosofía por la Universidad de Yale.
El lamento del perezoso supone un cambio de registro, aunque las dos novelas están protagonizadas por personajes a los que su obsesión por la literatura les ha llevado a la soledad y, también, a la desesperación. Si la anterior era una fábula protagonizada por una rata libresca, ahora la acción se centra en Andrew Whittaker, editor de la revista literaria Soap y escritor fracasado que vive del alquiler de unos apartamentos.
La novela está compuesta por las cartas que Whittaker escribe de manera compulsiva en unos pocos meses de 1970. La destinataria de muchas es su ex mujer Jolie, de la que se acaba de separar, y a la que va contando sus proyectos profesionales, su situación familiar -su madre, ya anciana y enferma, fallece en esos meses- y su desesperada situación económica. Whittaker vive de un modo muy intenso la literatura, pero de una manera tan desproporcionada que no se da cuenta de la realidad. Su revista, Soap, está al borde de la quiebra; debe dinero al banco; su familia le da la espalda; la relación con sus inquilinos es tensa y difícil…
Conocemos qué le está pasando a través de las cartas que escribe distintas personas. Resultan muy entretenidas las que escribe para rechazar originales que le envían para publicar en su revista y la correspondencia que mantiene con algunos de los colaboradores más asiduos. Los fracasos de Whittaker se suceden; sólo le queda el refugio de la literatura, de esas cartas que van reflejando los jirones y fracasos de su vida; eso sí, con mucho sentido del humor, pues el personaje entra en una espiral de desastres que lo llevan casi de la mano hasta una original locura.