Erri de Luca cuenta cómo un huérfano napolitano se encamina desde la niñez a la adolescencia para, al fin, atravesar el umbral que separa a esta de la edad adulta. Ambientado en la Italia de los años 50, en la que sus habitantes aún viven las consecuencias de la II Guerra Mundial, el relato, en primera persona, transcurre en un edificio de viviendas. El muchacho protagonista vive solo. De él se ocupa Don Gaetano, un ex combatiente de la Guerra, portero multiusos del edificio y manitas de todo el barrio. Don Gaetano es el guía del joven en su periplo vital.
El amor, a través del sexo, y el valor, a través de la sangre, son los dos grandes retos que esperan al joven. El autor italiano concentra en dos pruebas iniciáticas ambas batallas; y a su preparación va dirigida la educación que Don Gaetano imparte al chico desde su infancia. Tras la victoria en ellas está la felicidad, la edad adulta. Pero la victoria tiene un gran escollo, el del día anterior, el del día antes de la felicidad.
Hijo de una madre infiel y de un padre asesino, sexo y muerte son las dos pasiones que laten con virulencia en la personalidad del chico. Saberse hijo o abjurar de su progenie es la clave sobre la que se asienta su ser más profundo. De este modo Luca pinta la felicidad en la afirmación de la propia identidad, incorporando en ella el pasado familiar y sin renegar de él por muy reprobable que sea, pero eso sí, superando, con valentía, las culpas heredadas. “Es la lucha entre el orden y el caos”. Orden es aceptar los orígenes.
La acción se configura en el plano de la mente, a través de pensamientos, reflexiones, deseos y recuerdos. Las múltiples descripciones, pausadas y exquisitas, dotan al relato de frescura. Hay realismo, pero también lírica. Hay tragedia, pero también sosiego. Y, sobre todo, hay pasión. No se atasca Luca en el regodeo de los cuadros pasionales, aunque los exprime explícitamente. La novela, en fin, se lee con gusto.