Tom, casado con Betsy, tiene tres niños. Vive en Connecticut, en una urbanización, y pertenece a la clase media-alta estadounidense de los años 50. Es un hombre apagado, gris, sin ilusión, como tantos otros de su rango social. Betsy está cansada de la casa y del barrio, de su vida anodina, en definitiva, e imagina que viviendo en una casa de mayor dimensión, será más feliz; pero con el sueldo de Tom no hay mucho que hacer. Así que Tom consigue un trabajo mejor remunerado. Además, una herencia de la abuela de Tom, abre nuevas perspectivas de mejora del nivel de vida en la familia y aviva en su esposa la llama de nuevos proyectos con los que volver a encender el fuego de su ilusión.
El matrimonio vive una etapa de insulsa convivencia. Sus vidas simplemente transcurren: rutinariamente, sin brillo. Sumidos en esta apatía el dinero, fruto del éxito profesional de Tom, parece presentarse como el jarabe que tomar para salir de esa enfermedad. Ahora bien, el turbio pasado de Tom como paracaidista en la II Guerra Mundial, parece ser la principal barrera que lo aleja de su mujer y de su felicidad. Frente a una primera parte en la que diferentes historias y tramas se entrelazan de forma ágil, la segunda desemboca en una solución positiva, aunque un tanto tópica.
La obra gozó de un gran éxito editorial desde su publicación, 1955, y en 1959 fue llevada al cine, dirigida por Nunnally Johnson e interpretada por Gregory Peck. Es la obra más representativa de Wilson (1920-2003), y plantea una situación muy común, también hoy en día: la del que, a costa de su vida familiar, quiere alcanzar como sea el éxito profesional.
La expresión “hombre de traje gris” pasó al léxico norteamericano gracias a esta novela, y ha traspasado las fronteras siendo incorporada, también, a nuestro habla: “hombre gris” es el hombre que se conforma con su vida, que pasa desapercibido, que no posee ambiciones y mata el tiempo: el hombre insulso y vacío: infeliz. Tom, el protagonista, parece abocado a este destino, pero sabe rectificar a tiempo.