Los confines

Destino. Barcelona (2009). 273 págs. 18,10 €.

GÉNERO

Autor de una prestigiosa obra poética, diarística y ensayística, las novelas de Andrés Trapiello (1953) no han conseguido, sin embargo, la calidad literaria del resto de su producción. Salvo en Al morir don Quijote, donde se imaginaba, con un conseguido estilo cervantino, la continuación de la obra clásica, el resto de sus novelas han despertado escaso interés, a pesar de conseguir algunos prestigiosos premios literarios. Con Los confines se confirma esta tendencia a la baja, pues se trata de una novela insulsa construida con un argumento forzado con el que el autor demuestra su intención de que se hable más de su provocadora propuesta moral que de la calidad literaria de la obra.

Max, ingeniero y aficionado a la fotografía, lleva unos meses trabajando en Constanza (Colombia), dedicado a la construcción de un puente. Max está casado, tiene varios hijos y, aparentemente, es un hombre con un matrimonio feliz. Clau, hermana de Max, y un grupo de amigas acuden también a Constanza (¡qué casualidad!), para asistir a la boda de una antigua compañera, Isabel, la prometida de un multimillonario. Las vidas de Max y Clau, los hermanos, arrastran un duro y trágico pasado familiar que les ha unido más.

Pero en Constanza, la misma noche de la boda, tanto Max como Clau descubren que se sienten irresistiblemente atraídos el uno al otro e inician un amor prohibido que primero llevan en secreto a su regreso a Madrid y, después, deciden hacer público, rompiendo sus respectivos matrimonios. Cuando Clau se queda embarazada de su hermano, para evitar más escándalos, se trasladan de nuevo a Constanza, donde tienen a la niña y donde la historia da un giro imprevisto, pues de la alabanza del incesto se pasa a la condena de la pederastia, lo que provocará un desenlace dramático.

Desde el punto de vista literario, Los confines recuerda a una telenovela o a una de esas novelas románticas, rebuscadas y melosas. El eje de la historia es la defensa del incesto como un síntoma de libertad moral. Los argumentos que se emplean son más propios de la novela rosa que de una obra seria. Ahí va una suculenta cita: “El deseo y la naturaleza son indiferentes a la moral, como tú y yo podemos certificar. Y lo que tú y yo sentimos cuando nos vemos es pura naturaleza. Me siento como si nos hubieran devuelto al Paraíso terrenal”. Cada dos por tres, mediante escenas tiernas y diálogos de cartón piedra, el autor refuerza el mensaje que quiere transmitir: “la verdadera civilización (…) está en la desaparición de las huellas del pecado original, en la desaparición del miedo”.

Pero sería un error reducir la novela a su descarado mensaje moral. No. Lo malo no es que Trapiello defienda el incesto entre Alex y Clau como un símbolo absoluto del amor; lo malo es que para hacer eso haya escrito una novela tan pastosa, almibarada, romántica (del peor romanticismo: el pegajoso rosa) y cursi. Eso sí es un atentado a la moral literaria.

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