Diecisiete relatos del autor, de fantasía y de intriga, escritos en distintas épocas de su vida y ordenados cronológicamente. Los cinco primeros, escritos entre 1891 y 1896, cuando el autor tenía entre 18 y 22 años, revelan sus cualidades literarias, así como ideas y motivos de sus futuras obras. El primero de los relatos, que da título al libro y va con ilustraciones del mismo autor, no es especialmente bueno.
Los dos mejores tienen a Dickens como protagonista directo o indirecto: en La tienda de los fantasmas aparece como uno de los personajes, y El Scrooge moderno (publicado antes en Alarmas y Discusiones) es uno de los muchos homenajes que Chesterton hizo a su obra Canción de Navidad.
De los relatos de fantasía está muy bien Una historia un tanto improbable (publicado antes en Enormes minucias y, también, con el título La calle irritada, en Fábulas y cuentos, una recopilación de Valdemar): una calle muestra su enfado a un tipo que todos los días pasa por ella sin hacerle ningún caso, un personaje atado por la más pesada y moderna de las cadenas, la del reloj.
De todas maneras, los relatos a mi juicio más destacados son los de intriga titulados El detective Dr. Hyde y el asesinato de las columnas blancas, y El hombre que mató al zorro. El primero es un caso policial que dos aprendices de detective resuelven cuando comprenden que uno puede crear “toda clase de cosas a partir de una nimiedad, excepto la verdad”. El segundo ejemplifica cómo un homicida puede actuar con plena conciencia de lo que hace y ser completamente inocente.
También merece ser leído Inglaterra en 1919, un relato escrito ese mismo año en el que un futuro estudioso de la historia, después de que casi todos los documentos de las décadas primeras del siglo hubieran desaparecido, intenta reconstruir lo que sucedía en la Inglaterra de 1919 a partir de unos pocos fragmentos. Una de sus consideraciones puede interesar ahora: “Cuando recordamos esa sociedad tan diferente a la nuestra, hay una cosa que constituye sin lugar a dudas el mayor misterio de la misma: la fe ciega que nuestros antepasados tenían en el éxito, especialmente en el éxito de las cosas que no dejaban de fracasar”.