Esta obra reúne 37 artículos publicados por Chesterton en el Daily News, entre 1901 y 1911, y reunidos en un libro, después de su muerte, por la que fuera su secretaria Dorothy Collins. Varios ya son conocidos por los lectores españoles, pues fueron publicados en las recopilaciones Correr tras el propio sombrero (Acantilado) y en Fábulas y Cuentos (Valdemar).
Entre los artículos que podríamos llamar antropológicos, uno de los más interesantes es el que da título al libro, «Lectura y locura», en el que se habla de ciertos lectores que pueden acabar prefiriendo los libros a la vida de la que tratan los libros. Entre los dedicados al arte se puede destacar «El espejo», donde se afirma que «un artista jamás debería tratar de encontrarse a sí mismo en el hombre del espejo; pues por muy sigilosamente que observe o por muy ágilmente que salte, jamás logrará sorprenderlo en un descuido». Entre los que tratan de historia se pueden mencionar «Defensa de los historiadores parciales» y «La historia frente a los historiadores», artículos en los que Chesterton propone que sobre todo «leamos los verdaderos textos» de cada época, que no leamos a «los hombres vivos que tratan temas muertos» sino «a los muertos que hablan de temas vivos».
De los textos que se refieren a escritores y obras literarias, es recomendable «La ortodoxia de Hamlet», donde Chesterton explica que si hubo escritores que fueron optimistas cuando se sentían optimistas, Shakespeare en Hamlet fue «optimista mientras se sentía pesimista. Esto es la fe. Aquello capaz de sobrevivir a un estado de ánimo». Otro es «Buenas historias estropeadas por grandes autores», en el cual, después de un nuevo elogio a Shakespeare porque todas las historias que coge las mejora, hace un comentario crítico hacia Milton por su relato de la Caída en El Paraíso perdido, hacia Goethe por Fausto, y hacia Wagner por Tannhaüser, explicando por qué autores tan grandes no han sabido retener la esencia poética de las narraciones previas en las que se basan.
Entre las cuestiones de tipo educativo que salpican todo el libro tiene gracia, y es muy actual, el punto central de «Tommy y las tradiciones»: una defensa de la filosofía popular del trabajo y del juego; en él argumenta que «trabajo es hacer lo que no nos gusta y juego es hacer lo que nos gusta», frente a la idiosincrasia de «la clase alta de Inglaterra», basada en que «a todo caballero se le enseña a tratar como juego la mitad de su trabajo -la diplomacia, el Parlamento, la economía— y a tratar como trabajo la mitad de sus juegos hasta el punto de reventarse los vasos sanguíneos en una carrera».
Chesterton reniega de los pedagogos que a toda costa «quieren hacer que el juego de los niños sea significativo e instructivo. Colocan a los niños en disposiciones prerrafaelitas. Los hacen bailar con ética o gritar con estética. Pretenden vigilar a los niños y hacer útiles sus juegos. Por la misma razón, bien podrían vigilarlos mientras duermen y tratar de hacer útiles sus sueños, pues el juego no es otra cosa que un descanso igual que el sueño».
Pero, si tuviera que inclinarme por un artículo ahora mismo, recién terminada la lectura de todos, mi elección sería «El fanático». En él Chesterton pinta el fanatismo como «la incapacidad de concebir alternativa a cualquier proposición, y nada tiene que ver con la proposición misma». Así, dice, «no es fanatismo, por ejemplo, tratar el Corán como algo sobrenatural. Pero es fanatismo tratar el Corán como algo natural y obvio para cualquiera y común a todos. No es fanatismo por parte de un cristiano considerar paganos a los chinos. El fanatismo empieza, más bien, cuando se empeña en verlos como cristianos». En definitiva, «el fanático es el hombre con una mente incapaz de imaginar cualquier otra mente, es el personaje a quien oímos decir cosas como «ninguna persona ilustrada podrá sostener que…» o «no soy capaz de entender cómo el señor Fulano puede llegar a decir…», seguidas de una opinión muy antigua, moderada y perfectamente defendible».
Por el contrario, «el hombre libre no es aquel que piensa que todas las opiniones son igualmente verdaderas o falsas, pues eso no es libertad sino debilidad mental. El hombre libre es aquel que ve los errores con la misma claridad que la verdad». Es quien puede «imaginar el plano completo de un error, la completa lógica de una falacia, y aunque no crea en ellos, es igualmente capaz de concebirlos».