Este libro del profesor Miguel Rumayor analiza las ideas filosóficas que sustentan la llamada “educación para la ciudadanía”. También podría ser calificada de educación para la democracia, pero tiene muchos rasgos de una ética formalista, con pocas probabilidades de formar parte de las convicciones profundas de los educandos.
El autor echa de menos que esa educación no esté apoyada en la práctica de las virtudes humanas, y en concreto de una virtud aristotélica como la prudencia. La ausencia de esta virtud es caldo de cultivo para una sociedad de ciudadanos individualistas, en la que la educación democrática no nace de sus esencias sino que es impuesta por la ley, lo que nos transporta a las viejas ideas rousseaunianas de obligar a los hombres a ser libres. Esta mentalidad nos desliza también hacia el espinoso terreno de los derechos colectivos que prevalecen por encima de los individuales. Y su consecuencia más temible es el dogma de que la regla de la mayoría es superior a la conciencia personal de cada ciudadano. Este criterio da lugar a un totalitarismo de formas “blandas”, en el que no se permite ni la objeción de conciencia ni la desobediencia civil.