El pensador francés Joseph Joubert (1754-1824) es conocido por sus Pensamientos (ver Aceprensa 87/95), publicados en 1838 por Chateaubriand. Vivió en París desde 1778 y colaboró, en un primer momento, con la Revolución; mas pronto, por los excesos de esa etapa, perdió toda ilusión por el ideal revolucionario. Con Napoleón fue Inspector General de la Universidad.
De Joubert se dijo que es un “autor sin libro”. No publicó nada en vida, pero no es un escritor sin obra.
La Editorial Periférica publica ahora una parte de sus Pensamientos, los que se refieren al arte y a la literatura, extracto de la edición mexicana traducida, preparada y anotada por Luis Eduardo Rivera, al que debemos este excelente trabajo. Incluye el libro una presentación de la figura de Joubert, tan necesaria por lo poco que se le conoce, y el prefacio de Chateaubriand a la primera edición de 1838.
Gran humanista, sus pensamientos, que no aforismos, invitan a una lectura y relectura reflexiva, atenta, en la que puede uno sumergirse para calar en las profundidades del arte de expresar la belleza plástica y los conceptos. “Las palabras son como el vidrio; oscurecen todo aquello que no ayudan a ver mejor”, nos recuerda Joubert.
Escrito con pulcritud, su prosa viva refleja con precisión lo que, con espíritu prudente, Joubert capta de la realidad de la naturaleza humana. Es cultura en estado puro, porque nos ayuda a ver lo que, después de una criba intelectual, deja poso verdadero en el alma. A pesar de ser hijo de su tiempo, deja traslucir en el fondo una visión cristiana del hombre y de la vida.
Para hacer una cura de relativismo, la lectura de Joubert es como un bálsamo que se puede administrar a gusto del paciente. No es un libro para leer de un tirón sino para considerarlo, discurrirlo, estudiarlo, en cualquier momento y de cualquier forma. Y, además, es una delicia, porque Joubert, como todos los clásicos, deja un poso optimista, nos hace remontar a los valores que existen en todo arte y nos enseña a sobrenadar con garbo por la insustancialidad imperante, descubriéndonos el placer de la auténtica cultura.