Varlam Shalámov (1907-1982) pasó 18 años en los campos de concentración soviéticos, cumpliendo tres condenas casi seguidas por “actividades contrarrevolucionarias”. En 1956 es rehabilitado y reanuda su actividad literaria en Moscú. Hasta 1978 no fueron publicados en Londres, en ruso, sus relatos, aunque ya en la década de los sesenta circulaban en samizdat. Falleció en 1982, cuando su obra empezaba a ser reconocida internacionalmente.
Junto con los libros de Solzhenitsin, Relatos de Kolimá es el mejor retrato de la vida en los campos de concentración soviéticos, la mayoría en Siberia, en unas condiciones inhumanas, con unas temperaturas tan bajas que, como escribe, “en medio del frío era imposible pensar en nada”. En todos estos campos, a la entrada, en un lugar bien visible, estaban inscritas estas palabras de Stalin: “Honor y gloria al trabajo, ejemplo de entrega y heroísmo”. Mas para él, el trabajo en esas condiciones, “podía ser cualquier cosa menos motivo de gloria”.
Con este libro, la editorial Minúscula comienza la publicación de los seis volúmenes que forman los Relatos de Kolimá, de los que el más conocido es el primero de ellos. Se trata de una importante iniciativa editorial, que hará posible que los lectores conozcan mucho mejor la obra de un escritor clave en la literatura rusa de la segunda mitad del pasado siglo XX.
Relatos de Kolimá es un testimonio literario de primera magnitud. Es cierto su componente sociológico y político de denuncia de las barbaridades del régimen soviético, pero lo que sobresale es la calidad literaria de la prosa de Shalámov, capaz de mostrar desde diferentes perspectivas las ansias de supervivencia de los hombres en unas circunstancias tan adversas que acaban por convertirlos en despojos humanos.
Shalámov, como testigo, pone nombre y rostro a las víctimas, detalla las numerosas atrocidades que se cometieron, describe la vida en los barracones, las enfermedades, el imperio del hampa, la tiranía y desprecio de los carceleros, la picaresca de los presos, la solidaridad, la convivencia diaria con la muerte…
Son unos relatos que sobrecogen, como no podía ser de otra manera cuando se asiste al espectáculo de unos hombres privados de todos los derechos y de todos los sentimientos humanos. Como escribe Ricardo San Vicente, traductor y autor del epílogo, “Shalámov observa en cada paso, en cada minuto, en cada bocanada de aire del campo de trabajo, un peldaño más en la senda de deshumanización del hombre, de una inhumanidad en la que para mayor pánico empujan al preso otros hombres”. Y todo para mayor honor y gloria del comunismo.