En esta tercera parte de la trilogía Tu rostro mañana (ver Aceprensa 152/02 y 163/04) el protagonista Jaime Deza continúa en Londres trabajando para el grupo secreto que lidera Bertram Tupra. Recordamos que Tupra ha reunido a algunas personas con el don de interpretar palabras, hechos y gestos, de “traducir” seres humanos, de anticipar futuros. “Es sólo cuestión de tiempo, de tentaciones y circunstancias que se lleven a cabo” las probabilidades que cada ser humano lleva en sus venas. En esta tercera parte sabemos que no sólo el Estado británico se beneficia de estos reveladores informes, sino que también lo hacen particulares. Deza descubrirá las consecuencias que pueden tener sus evaluaciones y tendrá que decidir si está dispuesto a vivir con eso.
La acción es mínima: en Londres, apenas una conversación (y algo más) con Patricia, compañera del grupo (por fin sabemos en qué acaba la petición narrada en la segunda parte), otra con Tupra (con desagradables vídeos-chantaje de por medio) y una más con su mentor Wheeler (una subtrama de espionaje y suicidio); en Madrid, charlas con su padre y expeditivo desembarco en una relación que mantiene su mujer, de la que está separado. Un reportero contaría todo en una columna, pero esto no es periodismo sino literatura, y Marías necesita 700 páginas. Esta vez abusa un poco de la magia de su estilo y de la necesidad de una lectura que cierra una trilogía.
Esta novela es pura autoficción, no hay lindes entre la imaginación y la experiencia. ¿Es posible saber cómo reaccionará una persona en situación de riesgo, será leal? ¿Una persona puede ser recordada solo por su tipo de muerte, relegando al olvido cuanto hizo en vida? ¿Se puede pedir un favor, se debe? ¿Es importante que algo se viva, o lo es más que se cuente? ¿Por qué siempre contamos más de lo que se nos pregunta? Egoísmo, verdad y culpa. Son el tipo de digresiones que entusiasman a Marías, los verdaderos temas de la novela por encima del esqueleto argumental.
La arquitectura mental -y por tanto narrativa- de Marías se manifiesta en una prosa caprichosa y divagatoria. El lector se deja arrastrar por su música o desiste, se entrega a sus cadencias, ritmos y meandros o abandona. Puede desesperar al impaciente o hipnotizar a sus fieles. Deza reflexiona y conversa, de vez en cuando actúa. Entre dos réplicas de un diálogo pueden caber dos páginas, y en ellas se comenta un cuadro, se reflexiona sobre la guerra o se nos traslada a otro momento y lugar muy distintos.
Aparecen todos los temas de la novela en marcha que reescribe Marías desde Los dominios del lobo, sus personajes, sus obsesiones, sus tics de traductor, sus dosis de sexualidad y violencia (menos contenidas que en otras de sus obras), su visión poco comprometida, de consumo, del sexo y del matrimonio.
Se cierra un proyecto narrativo de 1.600 páginas en total que ya está siendo valorado como la cumbre de la obra de este escritor y una de las más destacadas de la reciente narrativa española. Sin embargo, el resultado global quizás no compense la inversión total de tiempo que requiere la trilogía. Es interesante la idea inicial del don de presciencia, de estar dispuestos a ver y llegar al fondo; el desarrollo global en cambio parece escaso y el volumen inflado. El mejor Marías está en novelas como Todas las almas, Corazón tan blanco y Negra espada del tiempo (con parentesco muy directo con Tu rostro mañana) y en recopilaciones de ensayos como Literatura y fantasma.