Encuentro. Madrid (2006). 500 págs. 24 €. Traducción: Else Wateson.
En 1873 publicó el dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906) este voluminoso drama histórico centrado en el emperador del siglo IV Juliano, apodado el Apóstata. El autor la consideró siempre como su mejor obra, aunque la crítica ha valorado más «Casa de muñecas», «Peer Gynt» o «El pato salvaje». Por sus dimensiones, la pieza no ha sido nunca representada en su integridad, lo que da idea de que Ibsen la escribió para ser leída. No es costumbre contemporánea leer teatro, pero muchos dramaturgos (Ibsen entre ellos) resisten bien una lectura atenta y brindan un ejercicio reconfortante.
Un estudio preliminar de Joaquín María Aguirre Romero centra las preocupaciones de Ibsen y el contexto histórico de aquellos primeros años del cristianismo, libre ya de la amenaza del paganismo oficial. Las conversiones en masa trajeron consigo una relajación de la primitiva fuerza interior e integridad de los primeros cristianos, mientras las herejías hacían estragos entre los fieles. La figura de Juliano, atormentada desde su infancia por el asesinato de casi toda su familia por orden del emperador Galiano, está marcada por su iniciación en los ritos mágicos y su carácter dubitativo y visionario. Cuando accede al poder, hace profesión expresa de paganismo y restaura los templos y los sacrificios a los dioses, intentando apartarse del lujo y los favoritismos. A pesar de sus promesas de respetar otras religiones, enseguida verá al cristianismo como enemigo mortal y comenzará a perseguirlo, con la convicción de que no caben dos sumos pontífices a la vez: o el Emperador o el galileo.
En el drama se entrecruzan complejos problemas planteados a lo largo de la Historia: qué compete al César y qué a Dios, las relaciones entre libertad y necesidad, la molestia que el cristianismo causa al poder, la tentación del esoterismo cuando se rechaza a un Dios personal.
Juliano se cree el sucesor de Alejandro, llamado a instaurar un tercer reino (tras el paganismo y el cristianismo) que aúne y supere a los dos anteriores. Las figuras de Gregorio Nacianceno y de Basilio, compañeros de estudios de Juliano, sirven de contrapunto a las desviaciones de Juliano y enseñan las vías para contrarrestar el nuevo paganismo.
Pedro de MiguelACEPRENSA
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