Debate. Barcelona (2007). 295 págs. 17 €. Traducción: Teresa Arijón.
John Carey, catedrático de Literatura en la Universidad de Oxford e importante crítico cultural del Reino Unido, plantea en la primera parte de esta obra una serie de interrogantes: ¿qué es una obra de arte?, ¿es superior el arte «culto»?, ¿el arte nos hace mejores?… Constatando cómo han cambiado los cánones de belleza a lo largo de los siglos, Carey nos traslada a través del pensamiento del siglo XVIII (Kant: «la belleza está vinculada al bien moral», o Hegel), para llegar al siglo XX. Del crítico norteamericano Danto nos interesa la declaración de que cualquier cosa puede ser una obra de arte, sólo depende de cómo es mirada o pensada. Para el autor, los motivos que nos hacen considerar «que algo es una obra de arte son tan diversos como diversos son los seres humanos».
Respecto a la distinción entre arte «culto» y arte «popular», afirma que, puesto que es imposible saber cómo se sienten otras personas al contemplar una obra, no se puede afirmar que las reglas del arte sean científicas. Por ello, considerar superior el arte «culto» «resulta difícil de aplicar en la práctica».
Del mismo modo, tras presentar diferentes teorías en torno al modo en que la ciencia puede «transformar la estética en materia de conocimiento», no encuentra respuesta positiva a su investigación: dado que no hay parámetros absolutos para juzgar las obras de arte, la experiencia estética o las emociones que provocan, todo queda en el reino inaccesible de la subjetividad.
Discute las cualidades beneficiosas y efecto moralizador del arte, contrastando opiniones de numerosos escritores y eruditos (Tolstói, Clark, Gardner, Heaney, Bordieu o Laski). La idea de que «los seres humanos no son reemplazables , y son tan únicos como las obras de arte», le sirve para debatir el estatus religioso que se atribuye al arte. Religión y expresión artística han estado estrechamente vinculadas en otras épocas; sin embargo, convertir el arte en religión es otra cuestión muy diferente.
Aunque algunos artistas aspiran a la inmortalidad en sus obras, la cultura moderna tiende hacia lo efímero. En su opinión, el arte como religión no puede explicar el universo y «queda reducido a una falsa idolatría», que nos hace despreciar a quienes no muestran la misma sensibilidad que nosotros. Sugiere que las investigaciones deberían dirigirse hacia los efectos del arte en las personas.
En la segunda parte, Carey mantiene que la literatura es superior al arte porque «es susceptible de autocrítica», «su esencia es la diversidad y estimula nuestra mente». Un alegato apasionado en favor del «otro arte», porque ¿no fueron las pinturas rupestres las primeras «historias» contadas por el hombre?
Carey realiza un interesante trabajo que a veces se pierde en sus propias palabras, pues «el arte es tan ilimitado como la humanidad misma y tan amplio como la imaginación».
Teresa Herrera Fernández-Luna