La primera clave de la gran aceptación de las Memorias de Ihdún está en que las novelas de aventuras fantásticas tienen un terreno bien abonado desde hace tiempo. La segunda, que la editorial SM, la más importante del sector en España, las ha promocionado mucho. Y la tercera, sobre la que se apoyan las otras dos, son las buenas condiciones de Laura Gallego: dominio de los resortes del género, talento narrativo no sólo para contar bien sino también para idear y sostener una historia compleja con buen pulso, muchos lectores ganados desde que publicara su primera novela con sólo 21 años. Sin embargo, en mi opinión son obras cuyo éxito está por encima de sus méritos reales, y cuya ejecución está por debajo de la capacidad que tiene la escritora.
Los personajes principales son Victoria, una chica que al principio tiene doce años y vive en Madrid con su abuela, pero que es un híbrido con un unicornio; Kirtash, luego llamado Christian, otro híbrido pero entre un hombre y un shek, una serpiente alada; Jack, un chico que al comienzo tiene trece años y vive en Dinamarca, y después de ver como asesinan a sus padres, descubre que también es medio dragón y, por tanto, un enemigo natural de los shek.
En La Resistencia se presentan los personajes. Kirtash es enviado desde Idhún a la Tierra para matar a todos los magos renegados que habían huido desde allí y, sobre todo, a «el unicornio que, según los Oráculos, acabará con el poder del Nigromante», también llamado Ashran, que es el padre de Kirtash. Finalmente, Kirtash, por amor a Victoria, se unirá con aquellos a quienes persigue. En Tríada los protagonistas vuelven a entrar en Idhún y con su llegada comienza la revuelta. La relación amorosa y de celos entre Victoria, Jack y Christian se hace más compleja. Aparecen en escena multitud de personajes singulares y no es fácil hacerse cargo del todo de las extrañas jerarquías que rigen Idhún. Todo conduce a un enfrentamiento final con Ashran. En Panteón el argumento se desparrama mucho y además no es fácil comprender un mundo en el que actúan siete dioses. Lo que sí se sigue bien es el hilo central: que Victoria espera un hijo no se sabe si de Jack o de Christian, algo que los protagonistas aceptan con naturalidad.
Un primer rasgo general es la sobreabundancia de adjetivos y las muchas descripciones poco ajustadas. Otro es el lastre que suponen los tonos didácticos del narrador, que va dictando al lector qué debe sentir en cada caso. Y, como todo alrededor es extraordinario y asombroso y los calificativos se acaban, el recurso a los lugares comunes y a las reiteraciones es continuo.
También son excesivas las declaraciones altisonantes de telenovela y un erotismo blando que va en aumento en la segunda y tercera novelas. A lo largo de Tríada, Victoria va intercambiando caricias y besos electrizantes, ardientes, embriagadores, etc., con Jack y Christian alternativamente, sin querer acostarse con ninguno de los dos porque no se ve preparada. En Panteón el interrogante se contesta tal como era de prever y Victoria tiene relaciones con los dos. Previamente Christian había dicho a Victoria: «Mi idea del amor no tiene nada que ver con el compromiso, con las ataduras, con la fidelidad. Ha habido otras mujeres, sin rostro, sin nombre. Para mí se trataba sólo de satisfacer unas necesidades físicas. Nunca te he sido fiel, ni lo seré en el futuro. Pero te soy leal. ¿Entiendes la diferencia? Lucharé por ti, a tu lado, por defender tu vida. Aunque esté lejos, pensaré en ti. Mataré y moriré por ti, si es necesario. ¿Me explico?». A la chica le parece bien y a Jack también. Supongo que a cualquier persona sensata no tanto.
Quizá debido a que la inventiva y los conocimientos librescos de la escritora son muchos, falta contención en la creación de personajes diferentes, como si tuvieran que aparecer todos los seres posibles de un mundo fantástico. También, aunque sea elogiable su habilidad para encajar el rompecabezas de modo que se aclaren todos los enigmas del pasado y del origen de los héroes, hubiera sido de agradecer que se simplificaran las cosas.
Cada libro se abre con citas de Paulo Coehlo del tipo «el agua jamás puede ser quebrada por un martillo, ni herida por un cuchillo», lo cual anuncia unos aires solemnes en los que no hay contrapuntos de humor y sí bastantes comentarios enfáticos supuestamente sabios.