Nórdica Libros. Madrid (2006). 201 págs. 15 €. Traducción: Jesús Pardo.
Lars Gustafsson (Västerås, 1936), filósofo, novelista y poeta, es uno de los principales representantes de la literatura sueca contemporánea. «Muerte de un agricultor» (1981) está considerada como su obra principal. En ella, a través de breves escritos en tres cuadernos, un hombre solo y solitario reconstruye el arco de su existencia cuando está muy cerca de la muerte. En sus apuntes fluctúan el miedo, la soledad, la esperanza, el dolor: todo esto a raíz de una carta que recibe del hospital en la que se le comunica el resultado de las pruebas y el diagnóstico. Este hombre se llama Lars Lennart Westin y fue maestro de escuela primaria, aunque en el presente solo es apicultor.
Los cuadernos recogen pequeñas incidencias cotidianas y sobre todo recuerdos: no existe intención autobiográfica, sino la necesidad de poner por escrito lo que siente, piensa, hace, sufre; Lars Lennart no busca desahogo, sino comunicación con un alguien que no existe, un salto en el vacío para llenar la soledad, el tiempo interior y exterior. Él es el único personaje de la obra; sobre los demás solo se esbozan algunos rasgos que los definen muy bien, pero aparecen y desaparecen en la narración sin adquirir importancia. Cuenta con la compañía de un perro poco amable, de unos chicos que le visitan de vez en cuando, de algunos vecinos que no ve todos los días.
Este libro no es directamente triste. Quizá se debe a la serenidad que mantiene el personaje, a su capacidad de remontar cada crisis de su enfermedad, al sencillo sentido del humor no exento de pesimismo, pero cargado de aceptación y realismo. Su idea de Dios es la de un hombre que ha cultivado poco su fe. Él se considera mediocre, pequeño y analiza los errores sin dramatismo.
Escrito con un estilo muy directo, muy plástico, simple -no pobre, sino carente de complejidad-, el libro se lee con facilidad y agrado; el lector se compenetra con la humanidad del personaje y le acompaña con el deseo de ayudarle, si esto fuese posible. La descripción de paisajes es perfecta: sobria, exacta y poética al mismo tiempo.
Carmen Riaza