Debate. Barcelona (2006). 398 págs. 20,90 €.
Si se escuchan los discursos de los gobernantes de América Latina, el continente ha reemprendido la senda del crecimiento y puede mirar el futuro con optimismo. En cambio, si nos atenemos a las evaluaciones de observadores externos bien informados, la participación de la región en el comercio y la economía mundial es cada vez menor, y su pérdida de competitividad en el mercado global, cada vez más peligrosa. Entonces, ¿quién está contando «cuentos chinos»? Esta es la pregunta que quiere responder Andrés Oppenheimer, columnista de «The Miami Herald» y analista político de la CNN, un periodista con acceso a los ámbitos de poder y a los institutos de investigación.
Siempre con ese estilo de reportaje en el que Oppenheimer mezcla entrevistas con líderes políticos y económicos, citas de informes, crónicas de viajes y reflexiones sobre experiencias personales, el libro tiene dos bloques. Los capítulos del primero se dedican a examinar qué puede aprender Latinoamérica de países como China, Irlanda o la nueva Europa Central, que en pocos años están consiguiendo pasar del subdesarrollo a una integración competitiva en la economía mundial.
El segundo bloque toma el pulso a cuatro países de la región, en los que observa más sombras que luces: los bandazos de Argentina; el narcisismo-leninismo de Chávez, en una Venezuela que ingresa cada vez más por el petróleo y es tan pobre como siempre; el relativo optimismo ante la ejecutoria responsable de Lula en Brasil; y la parálisis política en México, donde sin un nuevo sistema electoral es imposible sacar adelante las reformas indispensables, como se ha visto con Fox.
En medio, en un capítulo sobre la actitud de EE.UU., el autor reprocha sobre todo a la Administración Bush su desinterés por América Latina tras el 11-S. Oppenheimer no es de los que ven la mano del diablo tras los Tratados de Libre Comercio con EE.UU. Al contrario, cree que ha sido positivo para México y Chile y que será una buena oportunidad para quienes sigan ese camino. Pero piensa que la directriz estadounidense de «trade, not aid», es insuficiente. Igual que en la UE los fondos estructurales han contribuido a reducir las diferencias entre países, EE.UU. debería unir el comercio y la ayuda a la región para vencer la pobreza.
Su diagnóstico es que Latinoamérica, que exporta sobre todo materias primas, se está quedando atrás en una economía del conocimiento y en un mercado mundial cada vez más competitivo, donde lo que cuentan son los productos con mayor valor añadido. Además, su escasa inversión en educación le deja en inferioridad de condiciones ante países como los asiáticos, donde la fiebre educativa no decae. En este tema, es ilustrativo el apartado dedicado a la autocomplacencia de las universidades públicas latinoamericanas, de las que salen muchos psicólogos y escasos ingenieros, y se resisten a la evaluación externa.
Según Oppenheimer, Latinoamérica tiene dos caminos: «el de atraer más inversiones y exportar productos de mayor valor añadido», o el de «caer en el engaño populista de los capitanes del micrófono que -como Chávez y Castro- culpan a otros por la pobreza en sus países para justificar sus propios desaciertos y perpeturarse en el poder».
Para seguir por el primero, Oppenheimer destaca que hay que aprovechar el actual aumento de precio de las materias primas como trampolín para diversificar las exportaciones hacia productos más elaborados. Y, a falta de ser más competitiva, ¿qué nicho puede cultivar América Latina? El periodista afirma que casi todos los expertos le dijeron lo mismo: «Lo único que le queda a América Latina es explotar su ventaja comparativa de estar geográficamente cerca del mayor mercado del mundo (Estados Unidos) y en la misma zona horaria». Lo que de por sí no es despreciable.
En algún momento le pierde al autor su devoción por el modelo asiático (como en su alabanza del trabajo del doctor coreano Hwang Woo Suk con células embrionarias, que luego ha resultado un cuento chino). Pero en conjunto su libro es una llamada bien argumentada a que América Latina afronte con realismo sus problemas.
Ignacio Aréchaga