Mondadori. Barcelona (2006). 432 págs. 22 €. Traducción: Rafael Carpintero.
Este año se han cumplido los pronósticos y el Premio Nobel de Literatura ha recaído en el escritor turco Orhan Pamuk. Nacido en Estambul en 1952, su literatura se ha caracterizado hasta ahora por una síntesis entre los valores de Oriente y Occidente, lo que aporta variedad y pluralidad a una sociedad como la turca en pleno proceso de cambio. Es autor de ocho novelas y de «Estambul», homenaje a su ciudad y libro biográfico que cuenta su vida hasta 1973, año en el que decide abandonar los estudios de Arquitectura para ser escritor.
Por su origen social, hijo de una familia de la burguesía laica, Pamuk siempre ha juzgado de manera crítica la cultura y la religión del islam, vistas en ocasiones como una amenaza para la deseada occidentalización. Educado en los valores occidentales, Pamuk reivindica para su país la democracia con todas sus consecuencias. En 2005 recibió el Premio de la Paz que conceden los libreros alemanes. Poco después estuvo a punto de ser juzgado, acusado de dañar la identidad de su país por unas declaraciones en las que decía que a principios del siglo XX en Turquía habían sido asesinados un millón de armenios y 30.000 kurdos. Finalmente la causa fue retirada.
Aunque aborda en sus novelas los conflictos propios de la sociedad de su tiempo, en una entrevista confesaba no sentirse cómodo en el papel de escritor comprometido: «me parece asfixiante».
Sus modelos literarios proceden, en su caso, de la literatura occidental. Declara admirar a Tolstói, Dostoievski, Thomas Mann, Proust y Nabokov. Salvo una breve estancia en universidades norteamericanas, siempre ha vivido en Estambul. Sus novelas pretenden ser una radiografía social y política de Turquía y un análisis del solapado enfrentamiento que se vive entre los valores orientales y occidentales, que están provocando fricciones en su país. Algunas de ellas son: «La casa del silencio» (1983, ver Aceprensa 117/01), «El libro negro» (1990), la novela histórica «El astrólogo y el sultán» (1991), «La vida nueva» (1994), «Me llamo Rojo» (2000, ver Aceprensa 3/04), uno de sus grandes éxitos internacionales, y «Nieve» (2005, ver Aceprensa 126/05).
Arraigado en Turquía, pero con una obra traducida a 40 lenguas, cuando le preguntan para qué tipo de lector escribe dice: «Los escritores de la actualidad escriben menos para sus propias mayorías nacionales (que no los leen) que para las pequeñas minorías de lectores en el mundo, que sí lo hacen». Sin duda, como cualquier escritor, declara tener un deseo profundo de ser auténtico. «Pero aunque la autenticidad de un escritor realmente depende de su habilidad para abrir su corazón al mundo en el cual vive, también igualmente depende de su habilidad para entender su propia cambiante posición en ese mundo».
Su relación con Estambul es el hilo conductor de este nuevo libro que combina lo memorialístico con la descripción del alma de una ciudad con la que ha estado en permanente contacto. En «Estambul», como confesaba recientemente en una entrevista, «mi objetivo ha consistido en ubicarme a mí mismo en la ciudad, y descubrir en qué medida su historia, gentes, cronistas, edificios, calles y puentes me han ido modelando».
En el libro, Pamuk habla de su inmensa familia, de las tormentosas relaciones entre sus padres, de su sentimiento de inferioridad en relación con su único hermano mayor, de su ignorancia y rechazo hacia todo lo relacionado con la religión, de su iniciación al sexo y su primer amor, de su progresiva afición por la pintura y la literatura… Además de estas referencias personales, el libro tiene como protagonista a Estambul: «Lo que a mí me ha determinado -escribe Pamuk- ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter».
Poco le interesan a Pamuk los lugares exóticos, que tanta admiración causaron en pintores y autores que escribieron sobre los restos de una esplendorosa civilización (Nerval, Gautier, Flaubert). De la mano de escritores y poetas turcos que han sentido su misma fascinación por la ciudad, y de un buen número de fotografías en blanco y negro contemporáneas que captan estos mismos sentimientos, Pamuk profundiza en esta nostalgia absoluta, en una amargura que ha penetrado hasta los tuétanos en los habitantes de esta ciudad superpoblada.
La sensación de derrota y de pérdida es cotidiana, pues no hay separación entre lo que fue un antiguo Imperio y las ruinas que convierten Estambul en una ciudad deteriorada y destartalada, a pesar de los avances. Recorriendo el Bósforo, los barrios populares, los suburbios, las zonas de tiendas, el joven Pamuk descubre una ciudad en proceso de transición que soporta sin estridencias su perseverante desplome. Como escribe el premio Nobel, «el hecho de que en Estambul todo se haya quedado a medias a causa de cualquier derrota ha convertido la ciudad en un lugar incompleto».
Adolfo Torrecilla