Rialp. Madrid (2005). 173 págs. 8 €.
Llegar como obispo en 1968 a una diócesis en pleno corazón de los Andes peruanos, en la región más pobre del país, con la mayoría de los pequeños pueblos a más de 3.000 metros de altura, donde el todoterreno es el caballo y no hay un kilómetro de carretera asfaltada, con escaso clero y una población mayoritariamente analfabeta, no es precisamente una promoción. Pero Enrique Pèlach había tenido siempre afanes misioneros, y desde su Gerona natal había ido al Perú en 1957, cuando la Santa Sede confió al Opus Dei la evangelización del territorio de Yauyos en los Andes peruanos. Y Pèlach estaba lleno de ilusión y de fe. Ahora que es obispo emérito desde 2004, tiene tiempo para echar la vista atrás y contar su experiencia.
Su relato deja bien claro cómo la evangelización bien hecha y la promoción humana van de la mano. En un territorio donde la población, predominantemente campesina y de lengua quechua, subsistía a duras penas con una agricultura de escaso rendimiento y una ganadería empobrecida, el Estado social no había llegado. Fue la iniciativa de la Iglesia la que en la época de Pèlach dio origen a obras sociales indispensables (asilo de ancianos, hogar para estudiantes pobres, atención médica de leprosos, comedores populares…).
Al mismo tiempo, el equipo de sacerdotes, religiosos y religiosas, desplegaba un perseverante esfuerzo evangelizador, atendiendo pueblos recónditos que están a horas de caballo. La revitalización de la vida cristiana del pueblo, profundamente religioso, la formación de la juventud, la construcción de más de 80 templos y de casas de retiros, la creación de un seminario floreciente con más de cien alumnos en una diócesis que nunca lo había tenido, son algunos de los efectos de esta labor pastoral.
Pèlach cuenta estos cambios con sencillez, dejando hablar a los hechos, y presentando los frutos como el resultado de la labor de todos. Sin duda, uno de los factores más decisivos para lograr estas metas es el clima de unión y de fraternidad que se mantiene entre el obispo, los sacerdotes y las religiosas. También se refleja cómo Pèlach sabe despertar el apoyo en su país natal, al que acude en busca de más sacerdotes y de recursos económicos. Y, desde luego, el obispado de Abancay sabía sacar un partido a estos recursos que para sí quisiera el Banco Mundial en sus préstamos a tantos gobiernos de países pobres.
Mons. Pèlach pasa como de puntillas -apenas una página- por el fenómeno del terrorismo, que causó muchas víctimas en la región en los años ochenta. Es un fenómeno superado y él prefiere fijarse en el futuro.
Juan Domínguez