El ruso Dovlátov (1941-1990) trabajó como periodista en la URSS y en Estonia, hasta que se exilió a Nueva York en 1979. Allí publicaría sus novelas (ver Aceprensa 94/01 y 106/02), ambientadas en el paraíso soviético. El compromiso se editó en 1981 y ahora se traduce al castellano. Dovlátov narra su experiencia periodística en Estonia en los años setenta de un modo muy original: inserta las entrevistas, las noticias que publicó y luego revela la verdadera trastienda de cada suceso, al hilo de sus peripecias en pos de la noticia. En la redacción en la que trabaja, a Dovlátov se le considera una buena pluma, pero resulta sumamente incómodo para sus jefes. Es un amoral y un rebelde, y plasma su genio en textos de múltiples interpretaciones (¿no se estará burlando de todo?), acordes con los absurdos encargos que recibe.
«Dovlátov puede escribir vistosamente de cualquier tontería», piensan sus jefes. Y eso es lo que le encargan. Le hacen frecuentar el hipódromo, la sala de maternidad, el congreso científico, el entierro del personaje importante o la vaca lechera que ha batido todos los récords de producción. Debe extraer de esos eventos las esencias que alimentan la gloria soviética: el esfuerzo, la lealtad, el compromiso con la dictadura del proletariado. Y Dovlátov lo hace de una manera irónicamente sibilina, mientras ingiere litros de alcohol y se aprovecha de las prebendas que el sistema otorga a sus protegidos.
En sus andanzas se revela la profunda tristeza que acosa al ciudadano comunista al que aún le queda algo de valor. La rebelión de Dovlátov consiste en pasarse una y otra vez de la raya, y su amoralidad resulta más moral que la ética establecida. En el desolador paisaje del pueblo sometido a la dictadura soviética, la voz del narrador suena como un alegato contra la estupidez y como un grito humorístico de una dureza inusitada. Hay que tener el estómago bien puesto y leer entre líneas para disfrutar de su desconcertante prosa, de sus diálogos con réplicas chispeantes, de su crítica rotunda a la odiosa burocracia. Debería causar terror y da a veces risa.
Dovlátov pertenece a la inagotable vena humorística soviética que, en tiempos de opresión, da lo mejor de sí misma y engendra esperpentos no más extravagantes que la propia realidad.