Encuentro. Madrid (2005). 172 págs. 15 €. Traducción: Lázaro Sanz.
Rodolfo Casadei es un periodista italiano especializado en temas del continente africano y del subdesarrollo, algo que influye notablemente en este libro, que es una crítica de los principales clichés manejados por el movimiento antiglobalista. El autor conoce de primera mano la realidad de África, diferente de la que nos suelen presentar en forma simplista: su pobreza es atribuida a los efectos del colonialismo del pasado, que saqueó sus recursos, y sobre todo a la globalización, que sigue manteniendo al continente en el subdesarrollo.
Sin embargo, Casadei reitera que la ventaja de Occidente sobre el resto del mundo no ha derivado de los pillajes sino de la tecnología, de la revolución industrial y de sus efectos económicos y comerciales. África sigue siendo pobre precisamente por haber quedado al margen de la globalización, una dinámica a la que se han adaptado, con excelentes resultados, los países del Extremo Oriente. Mas los efectos de la mentalidad antiglobalista llevan a que el africano sea reducido al papel del buen salvaje, cuyo futuro habría de ser un idílico paraíso en el que nada tendría que aprender de los occidentales. Esto no deja de ser otra ingenuidad, pues las sociedades basadas en una economía de subsistencia, organizadas en estructuras de tribus y clanes, se muestran conflictivas cuando los recursos son escasos.
La obra es una enérgica y sistemática denuncia del nuevo maniqueísmo, muy característico del movimiento antiglobalista, que lleva a un relativismo cultural y que inexorablemente desemboca en un relativismo moral, dado que algunos rasgos inhumanos y retrógrados de las culturas tradicionales -africanas o no- niegan la razón, la persona y la historia.
No deja de ser una paradoja que los defensores occidentales del progreso -con sus facetas de igualdad, solidaridad o respeto al medio ambiente- opten por una visión estática y circular del mundo, propia de esas culturas tradicionales, y renieguen de la visión lineal y dinámica que proviene de las raíces griegas, judías y cristianas de su propia cultura. Ni siquiera el marxismo, con el que algunos antiglobalistas se siguen identificando, llegó a tanto, pues Marx y Engels sí creían en el progreso industrial.
En definitiva, la antiglobalización se fundamenta más en el utopismo que en el realismo, y aunque haya acuñado la expresión «pensamiento único» para referirse al neoliberalismo, ejerce todo un monopolio entre la opinión pública. Casadei le reprocha precisamente que, a pesar de sus clamores por la justicia, no aporte soluciones concretas, como si el ideal consistiera más en parecer justo que serlo en realidad.
Antonio R. Rubio