Palabra. Madrid (2005) 372 págs. 24 €. Traducción: Gloria Esteban Villar.
Se acerca el quincuagésimo aniversario de la muerte de Ronald Knox (1888-1957) y podemos comprobar que los datos que aporta un diccionario biográfico no explican por qué fue una celebridad en su época. Menor de ocho hijos de una familia anglicana, fue educado en Eton, y en Oxford después, para convertirse en filólogo, erudito y brillante escritor. Profesor y capellán en dicha universidad, abandonó el cargo en 1917 al convertirse al catolicismo. Siendo ya sacerdote católico fue profesor en el colegio St. Edmund de 1919 a 1926, y posteriormente capellán de los estudiantes católicos de la Universidad de Oxford. Además de escribir novelas, ensayos y libros de tema religioso, tradujo al inglés la Vulgata de san Jerónimo en una edición célebre por su estilo literario.
Evelyn Waugh logra confeccionar una notable biografía, notable por más de un concepto. En primer lugar, es la obra de un gran escritor, uno de los mejores de su generación, que ya había abordado el género biográfico. Waugh, además, conocía perfectamente al personaje, era su amigo, fue su albacea testamentario y, a pesar de ser algo más joven, se sentía miembro de su generación. Una auténtica generación perdida británica, que valoraba la educación y la inteligencia, que conoció el apogeo del imperio británico, que discutió apasionadamente de temas religiosos, y que sucumbió físicamente en los frentes de batalla durante la primera guerra mundial, y moralmente bajo el materialismo y hedonismo que le siguió. Waugh también fue un anglicano convertido al catolicismo y percibió mejor que muchos las batallas interiores que sufrió Knox.
Este libro trata de Knox y explica su época, con sus grandezas y miserias. Tiene una mirada nostálgica hacia lo mucho que se perdió, pero no se entretiene en ensoñaciones, ya que trata del mayor drama del hombre, la lucha por la santidad y el encuentro con Dios. Hace épica de una vida sencilla en la que la alegría y el dolor están íntimamente ligados y convierte lo que sería un simple relato en literatura.
Fernando Gil-Delgado