Alfaguara. Madrid (2005). 301 páginas. 18 €.
José María Guelbenzu (Madrid, 1944) es periodista, crítico literario y escritor, con un buen número de libros en su haber, varios de ellos de género policiaco. Esta novela se desarrolla en tres planos. En el primero, el alma del recién fallecido Julián (un hombre gris, con un trabajo gris) conversa con el barquero que le transporta a la orilla donde aguarda la muerte. En el segundo, varios personajes variopintos desfilan junto al cuerpo de Julián en el tanatorio. Por último, su viuda, Inmaculada, mantiene una conversación con un desconocido que resulta ser el Diablo. A través de esta trama, Guelbenzu aporta cierto misterio a la historia, aplicando recursos propios de un relato de intriga.
La novela se hace llevadera por la estructura de la narración: al intercalar los tres planos y dejar inconclusos algunos capítulos, el autor sabe jugar con el «suspense» como motor del relato. Pero sus pretensiones iniciales se revelan demasiado grandes y cristalizan en situaciones tópicas. Son lugares comunes, por ejemplo, los argumentos de Julián acerca de su vida y su muerte (el barquero le dice en varias ocasiones que está harto de oír siempre lo mismo, algo de lo que también podría quejarse el lector).
Ni tan corrosivos ni tan originales como el autor pretende son los personajes que aparecen en el velatorio, una galería de parientes lejanos y conocidos cumpliendo (vulgarmente) con un trámite desagradable. Algo más de hondura aportan un viejo portero y la amante de Julián, a quien nadie conoce, y que inducen a una reflexión sobre la vida oculta de las personas y los múltiples rostros de un hombre que parecía no tener secretos.
No hay nada que objetar a que Guelbenzu ponga sobre la mesa temas tan grandes como la vida, la muerte, las elecciones correctas e incorrectas o la culpa. Lo que no convence es el modo en que se desentiende de estas cuestiones al plantear el desenlace. Durante toda la novela parece desarrollarse un juicio sobre Julián, sobre la bondad y la maldad de su vida. Pero al final el autor escoge una salida falsa, de modo que todo (la vida, el juicio, Dios y el Diablo) sea una ilusión, y que lo único real sea la muerte. Tampoco dice mucho de su calidad literaria el esquematismo de los personajes y el abuso al repetir las mismas ideas de maneras distintas. Al final, demasiado ruido y pocas nueces.
Esther de Prado Francia