Bibliópolis. Madrid (2005). 320 págs. 18,95 €.
El asturiano Rodolfo Martínez es uno de los mejores cultivadores del género fantástico en España. En sus obras publicadas se dan cita la novela de detectives, la ciencia-ficción y la fantasía con tintes esotéricos. Aun cuando comparta elementos comunes con los «best-sellers» al uso basados en códigos mistéricos y manuscritos letales, su literatura alza el vuelo bastante más allá, gracias a la calidad de su prosa y a una sabia contención de los elementos fantásticos, que se integran en el relato con una naturalidad más cómica que trágica.
Como ya hizo recientemente su amigo Rafael Marín en «Elemental, querido Chaplin» (ver Aceprensa 26/05), Rodolfo Martínez incurre en un nuevo pastiche holmesiano. Quienes hayan leído aquella novela disfrutarán ésta como réplica y continuación de los casos nunca publicados del famoso Sherlock Holmes. A estas alturas, Watson ya está muerto, y es Hudson, el sobrino nieto del ama de llaves de Holmes, quien emprende la tarea de relatar el extraordinario caso vivido en España en plena Guerra Civil. Estamos en julio de 1938 y Holmes aparece en Burgos como mayordomo de Lord Phillimore, enviado por el gobierno británico para intentar establecer relaciones con el ya triunfante régimen de Franco, en la recta final de la guerra. Sin embargo, los propósitos del detective son otros: nada menos que evitar que un antiquísimo libro de hechicería, el «Necronomicon», caiga en malas manos. Ese tratado mágico, que sólo cobra sentido si se reúnen las tres copias que existen de él, tiene poder para convocar a terribles fuerzas primigenias en unas circunstancias adecuadas: y parecen adecuadas las provocadas por el furor y la sangre y los crímenes de esta guerra fratricida.
Divierte ver al racionalista Holmes envuelto en una historia esotérica que tiene visos de realidad, y Rodolfo Martínez juega con esa ambigüedad para inquietar más al lector y también para divertirle. La perspicacia y la inteligencia práctica de Holmes continúan asombrando a quienes trabajan con él, pero se muestra también otra faceta que Watson quiso velar en las novelas de Conan Doyle: los momentos de terror, perplejidad y ternura del detective, que al fin se muestra como un humano más.
Lo más discutible es la introducción de algunos personajes de relevancia política (el propio Franco, Serrano Suñer, Churchill), mientras que los mayores aciertos vienen del manejo de personajes del mundo de la literatura (algunos reales, como Lovecraft y otros inventados, que llevan el peso de la novela). Pero en conjunto la novela funciona muy bien y brinda originales sugerencias más allá de los hechos históricos.
Pedro de Miguel