Salamandra. Barcelona (2004). 251 págs. 12,90 €. Traducción: Nieves López Burell.
Después de la buena acogida de la novela «Déjame ir, madre» (ver servicio 7/03), Helga Schneider, nacida en Polonia pero afincada en Italia, vuelve a sumergirse en su memoria, esta vez en busca de los últimos años de la II Guerra Mundial, que junto a su madrastra, su hermano y su abuelo pasó en un Berlín desgarrado por la artillería rusa y la obstinación nazi.
La infancia de la pequeña Helga sirve de trama a este libro biográfico escrito con la capacidad de conmover propia de las buenas novelas. Una infancia dura en la que falta el cariño de los padres y en la que sobran los reproches y las desilusiones, pero que quizá por ello otorga a la pequeña Helga una mirada inocente y profunda acerca de la realidad en la que sobrevive. Al paso de Helga caminan personajes diversos que marcados por el sufrimiento de la guerra, se muestran cariñosos y llenos de ternura, como su abuelo Opa y la directora de un internado, o bien orgullosos y egoístas, como su hermano pequeño y su madrastra. También los sótanos berlineses en donde se refugian los vecinos resultan opresivos y desagradables: «vivimos como espectros en un inmenso campo de ruinas»; en ese espacio reducido las bufonadas o enfrentamientos dan lugar a crisis violentas, mostrando sin retórica la miseria moral de la cobardía.
Sin dramatismos, innecesarios en una obra de estas características, Helga presenta el sufrimiento de una forma desapasionada: «El mundo ya no tiene nada que ofrecerme porque me lo ha quitado todo: la infancia, a mi madre, a mi padre, a la abuela, a mi hermano. ¿Qué me queda? El hambre, la sed, el miedo, el frío, la soledad». Sin embargo, ante esta desolación, su interior se rebela, pues sabe que puede haber una vida mejor lejos de los bombardeos: «Quiero un cielo azul que no esté atravesado por los pájaros negros. Quiero respirar un aire que no huela a cadáveres y noches que no exploten sobre mi cabeza. ¡Quiero un Dios que detenga la guerra!». Con un estilo directo, los recuerdos de Helga aparecen nítidos, de la misma forma que sus sentimientos, con los que los lectores se identifican fácilmente.
José María Fernández Fuentes