Ediciones Cort. Palma de Mallorca (2004). 308 págs. 12 €.
Mallorquín de 1922, Cristóbal Serra lleva unas cuantas décadas practicando extraños géneros literarios, que le han ganado la estima de selectos lectores y críticos a cambio de cierto desconocimiento general. En «El don de la palabra» antologa sus libros: es una buena ocasión para acercarse a la prosa de este escritor singular, particularmente lúcido, atraído por el misterio.
Como explica en el prólogo, opta por la brevedad, por lo fragmentario, y así se entiende que tenga especial predilección por el diario y la nota, el comentario y la complicidad con otros escritores de su cuerda.
A lo largo de las últimas décadas, Serra ha mostrado su predilección por lo marginal, en el sentido de cierta atracción por los comentarios al margen. Así, practica el aforismo y difunde el género, acota determinados pasajes bíblicos (le fascina Jonás) o se dedica a reivindicar la importancia del asno («bastarían sus ojos para quererle, pues no hay mirada más húmeda y emocionada»). Atraído también por el misterio, conecta con los visionarios: difunde los diarios de Bloy -«el más furioso denunciador de la generación moderna»- y ofrece una interesante versión de las visiones de la ya beata Ana Catalina Emmerick.
Pertenece Serra a esa estirpe de escritores que investigan en los lugares comunes para destriparlos y volverlos del revés. Pero lo hace siempre de forma amable, con la simpatía que da lo breve, donde no cabe exageración ni aire cansino. Incluso cuando utiliza la parábola para parodiar personajes y personajillos, todo queda en ironía sutil, lejos del alcance de los memos.
El repaso de la obra de Serra, hecho por él mismo, recoge fragmentos que él cree significativos de todas sus obras de creación, desde el primero, «Péndulo» (1957). Tienen representación «Viaje a Cotiledonia», «Diario de signos», «Augurio Hipocampo», «El asno inverosímil»… y también escenas de «Visiones de Catalina de Dülmen», «Itinerario del Apocalipsis» y párrafos de «Con un solo ojo».
Pedro de Miguel