Crítica. Barcelona (2004). 434 págs. 23,90 €. Traducción: Joandomènec Ros.
En 1974 el biólogo belga Christian de Duve recibió el Premio Nobel de Medicina por sus aportaciones fundamentales al conocimiento de la estructura y organización funcional de las células. Este libro no trata sólo de cuestiones relativas a la biología, sino que pretende responder a preguntas como ¿qué es la vida?, ¿de dónde viene?, ¿cómo surgió? De Duve reconoce que no sabemos cómo era el ambiente en qué se originó la vida. Según él, la vida tuvo que surgir de una forma totalmente espontánea a partir de los elementos químicos naturales «mediante la operación de las mismas leyes físicas y químicas que rigen los fenómenos naturales». De Duve es rotundo: no hubo ninguna clase de intervención divina en el surgimiento de la vida.
Ahora bien, ¿cuál es el significado exacto de esta tesis? ¿Que Dios no alteró ninguna ley natural para que surgiera milagrosamente la vida o simplemente que Dios no existe y por ello no puede intervenir? De Duve opta por lo primero. En efecto: «¿Por qué no imaginar a un Dios que, desde el inicio, creó un mundo capaz de dar origen a la vida únicamente por el despliegue de leyes naturales diseñadas por Él?». Sin embargo, aunque el autor admite que Dios es una hipótesis explicativa innecesaria para la biología, resulta que la explicación puramente naturalista tampoco está respaldada por una contrastación empírica irrefutable. De Duve admite que «la generación espontánea de un organismo vivo a partir de materia no viva no se ha observado nunca en la naturaleza, ni se ha producido experimentalmente. Por ello, no existe prueba directa de que un fenómeno semejante ocurriera o, incluso, de que sea posible (…) La ciencia de hoy en día no puede demostrar que se equivocan los que quieren atribuir el origen de la vida a la intervención divina. La ciencia sólo puede señalar que una intervención así resulta innecesaria».
Al final, De Duve parece revestirse de un áurea de iluminado y explica por qué se ha decidido a sacar a la humanidad de su engaño milenario. En primer lugar nos revela que las religiones son un elemento favorecido por la selección natural con un «valor estrictamente utilitario, con independencia de su correspondencia con la realidad». ¿Significa esto que De Duve es partidario de que desaparezcan las religiones? En absoluto, pues cree que siguen prestando el servicio por el cual fueron favorecidas por la selección natural. En cuanto a los dioses, todos son «seres imaginarios que fueron inventados para explicar todo tipo de acontecimientos naturales». De Duve no se considera agnóstico o ateo. ¿En qué cree, pues? En la existencia de un Dios despersonalizado (si Dios no es persona, ¿qué es entonces?), que él denomina «por falta de un término mejor, Realidad Última». Pero sólo nos dice de esta Realidad que se trata «de algo inefable, absolutamente misterioso pero real, al menos para mí». Se trata de un magro bagaje para cubrir el ansia de trascendencia que de forma natural tiene el hombre. Por otra parte el autor tampoco demuestra las tesis afirmadas en esta parte del libro. Son opiniones personales que no se desprenden de la ciencia biológica.
Carlos A. Marmelada