Ediciones B. Barcelona (2004). 489 págs. 20 €.
Jesús Sánchez Adalid es un gran conocedor de los mecanismos de ambientación histórica que utiliza en sus novelas. En las anteriores La luz del Oriente (ver servicio 81/00) y Félix de Lusitania sitúa la narración en los años de la caída del imperio romano. La tierra sin mal (ver servicio 133/03) se desarrolla en las misiones jesuíticas establecidas en el Paraguay recién colonizado.
En El cautivo toca el turno a la España del siglo XVI, visitada a través de la infancia y juventud de Luis María Monroy, servidor de nobles y más adelante soldado del Emperador.
Con influencias de los libros de caballerías y la picaresca, la novela es ante todo una historia de aprendizaje que sigue a Monroy, narrador en primera persona, desde una infancia feliz y guiada por su madre y abuela hasta el oscuro mundo de la guerra. En esta trayectoria, la maduración del héroe se va produciendo a golpes de desencantos pero también al amparo de ciertos bienhechores, algo que resulta gratificante encontrar en este tipo de relatos, frecuentemente proclives a ensañarse con sus protagonistas hasta convertirlos en renegados.
Uno de los grandes aciertos del libro es la humanidad de algunos de los personajes que aparecen y se convierten en piezas del avance narrativo tanto como de la evolución interior del joven.
Al mismo tiempo que Monroy avanza en su carrera militar, descubre la historia de su padre, muerto cuando él era niño y presentado hasta entonces como un punto de referencia para la vida del muchacho. La novela promete continuación: de ahí que estos hallazgos sean parciales y las subtramas queden abiertas.
Lo que quizás se echa de menos, dado que el libro pretende recrear toda una época, es un esfuerzo por describir con más detalle los ambientes. La novela se estanca durante bastantes páginas para elaborar un retrato psicológico en el que algunos ingredientes aparecen reiterados, como la insistencia en la ingenuidad de Monroy cada vez que afronta una situación novedosa.
Además, al seguir las peripecias del protagonista, en ocasiones Jesús Sánchez Adalid se olvida de mostrar cómo son las calles por las que avanza Monroy, así como los sonidos y los objetos capaces de hacer ver al lector un dibujo más amplio y vivo de aquel complejo mundo del siglo XVI español, oscilante entre las creencias medievales y la llegada de aires renacentistas.
Esther de Prado Francia