«Es un duro oficio, el de poeta. Comienza por ser una vocación irreprimible y termina por ser una penitencia asumida». Estas palabras de Miguel Torga, que José Luis Puerto –autor de la selección y traducción– recoge en la introducción, explican el tono de la poesía de uno de los autores más importantes de la literatura portuguesa del siglo XX. Torga, seudónimo literario del médico Adolfo Correia da Rocha (1907-1995), fue novelista, escritor de magníficos relatos –como los que figuran en Cuentos de la montaña y Rúa–, dramaturgo, poeta y autor de un Diario que empezó a escribir en 1941 y concluyó en 1993, dieciséis tomos que explican su vida y su intensísima relación con la literatura.
Como poeta empezó a publicar en 1928, con Ansiedade, bajo la influencia del presencismo. Su último libro es de 1965, Poemas Ibéricos, aunque es frecuente que inserte poesías en las páginas de sus diarios, lo que subraya la afinidad en temas y objetivos entre estos dos géneros. En 1981, Torga realizó una personal Antología Poética, que es la que sigue Puerto para esta selección bilingüe, magníficamente editada.
«Todo en Miguel Torga está atravesado por el tamiz del propio yo», escribe Puerto, y con este rasgo destaca también la confesada sintonía con Miguel de Unamuno. Su poesía, como toda su literatura, está íntimamente ligada con su acontecer existencial, y nada en ella es postizo o fruto del juego poético. En esta antología están muy bien recogidas las constantes de su literatura: la dependencia de la tierra (de ahí el título de la selección, que procede de uno de sus versos: «el espíritu de la tierra yo defiendo»), el clasicismo humanista, el iberismo, la reflexión sobre su trabajo como poeta, sus sentimientos patrióticos, la cercanía de los seres próximos, el refugio en la infancia y, sobre todo, su desesperanza existencial y religiosa, que manifiesta de un modo duro y agónico.
El estilo de Torga es comunicativo, claro, a pesar de estar asentado en una íntima y telúrica rebeldía. Rechaza la pomposidad retórica. Prefiere por el contrario el uso de palabras auténticas, terruñeras, sometidas a su propio ritmo vital. Por eso su poesía es espejo de su mundo interior, de sus inquietudes, que él escribe por pura necesidad existencial, ajeno –así era su carácter– a los movimientos literarios, a las modas, incluso al comercio editorial (Torga se publicaba él mismo sus obras en Coímbra). No son poesías para evadirse sino para establecer un diálogo vital, casi siempre difícil, con su alma y con el mundo.