Mondadori. Barcelona (2003), 211 págs. 13 €. Traducción: Magdalena Chocano.
Este libro sale con ocasión del 150 aniversario de un hecho histórico que contribuyó a que naciera un nuevo Japón: la irrupción de una flota americana, mandada por el comodoro Perry, en la bahía de Yedo -la actual Tokio- con órdenes expresas de abrir, empleando si era preciso la fuerza, los puertos japoneses al comercio americano. Los manuales de historia no suelen contar que aquella inesperada visita culminó en un intercambio de regalos, pero sobre todo contribuyó a que algunas elites japonesas se plantearan poner fin al sistema feudal e iniciar un proceso de modernización, más que de occidentalización. Esto libró a Japón de correr la suerte de la China del siglo XIX, subyugada por las potencias extranjeras. Fue el inicio de la «creación» de Japón, de una labor de ingeniería política y social que permitió al país crear su propio imperio en la época de auge del colonialismo.
A diferencia de otras obras, el libro del historiador holandés Ian Buruma no se centra exclusivamente en los aspectos económicos o políticos, aunque estos últimos ocupen un lugar destacado. Pero Buruma es también un crítico con un gran bagaje cultural, especialista en literatura oriental y cine japonés, y el resultado es una obra con profusión de anécdotas sobre la cultura de cada etapa histórica estudiada. La dimensión cultural nos ayuda a comprender la mentalidad de los gobernantes y de la sociedad en el moderno pasado de Japón. Hay momentos, por ejemplo, de la historia japonesa del siglo XX en que vemos afinidades con otras sociedades occidentales, como el Tokio de la era Taisho -década de 1920- que recuerda al Berlín hedonista, y un tanto nihilista, de la República de Weimar. Sin embargo, Japón no se insertó en esa dinámica de sociedad burguesa y satisfecha sino que emprendió una serie de aventuras militaristas, que habían tenido su preludio en las guerras de 1895 con China o de 1905 con Rusia, y que desembocaron en el desastre colectivo de la II Guerra Mundial. Las victorias militares, unidas a la propaganda que deificaba al emperador, fueron un espejismo que trató de ocultar las privaciones de una población que soportaba sus carencias sin excesivas protestas, autosatisfecha de su poder imperial y convencida de que su país había entrado plenamente en la modernidad y se podía medir con los países occidentales.
La lectura de este libro invita a reflexionar sobre el futuro de Japón: la imagen de un país pacifista, modelado por la Constitución inspirada por los vencedores americanos, y obsesionado por el crecimiento económico, sigue estando vigente. Según Buruma, la posguerra aún no ha finalizado: el sistema político sigue anquilosado y oculta los debates sobre cuestiones cruciales: la dependencia de Estados Unidos, el papel japonés en Asia… Japón deberá abordar por sí mismo sus problemas internos, que afectan a su identidad y objetivos, pues esta vez no contará con un Perry o un MacArthur que le despierten de su letargo.
Antonio R. Rubio