RBA Libros. Barcelona (2003). 92 págs. 10 €. Traducción: Daniel Najmías y Macarena González.
Se reedita ahora esta pequeña obra del Premio Nobel alemán Hermann Hesse (1877-1962), escrita en 1919 tras la Gran Guerra y que le consolidó como autor de referencia de su generación. Después vendrían sus tres libros más emblemáticos: Demian, Siddharta y El lobo estepario. Se trata de un relato largo cercano por sus cualidades líricas al poema en prosa, y supone además una teoría del arte. Pese a su brevedad, y a ser una obra primeriza, constituye un buen ejemplo de la personal poética de Hesse.
El autor, con una intención autobiográfica que reconoce al final del libro, se pone en la piel del pintor Klingsor e intenta asimilar los sentimientos vitales de los artistas expresionistas, movimiento predominante en Alemania por entonces. El personaje narra en primera persona las intensas sensaciones que dominan su alma en un momento que reconoce como una segunda juventud antes del fin: el placer y el tormento de la pintura, la amistad, la necesidad del amor y la esclavitud que supone, el encanto arrebatador de la naturaleza que le descubre a un tiempo la alegría de la vida y la amenaza de la muerte. Klingsor, con solo 42 años, siente que ha llevado una existencia demasiado intensa para que pueda durar más, y se apresta a apurar frenéticamente los últimos instantes de creatividad y de pasión por el mundo.
El tono exaltado, el marco alegórico -un tiempo y un espacio abstractos, personajes seudomíticos y sin psicología-, el cromatismo embriagador de las descripciones -uno de los méritos del libro es la asimilación del proceso creativo de la escritura al de la pintura- y el culto al sentimiento como fuente de auténtica humanidad representan las principales señas de identidad del estilo de Hesse. Estos rasgos se completan con su personal propuesta ideológica: el difuso irracionalismo de la cultura oriental y la constatación del ocaso de la modernidad y de la sociedad burguesa, con la consiguiente necesidad de un nuevo arte, el vanguardismo europeo, y nuevos referentes morales. Y aquí es donde falla la ambigüedad de Hesse: su prosa muestra una cosmovisión crepuscular pero no discierne una alternativa segura más allá de ese irracionalismo algo inmaduro.
Jorge Bustos Táuler