Palabra. Madrid (2002). 256 págs. 14 €. Traducción: Sara Leach.
La caridad ocupa la cúspide de la vida moral, tal como la describe Tomás de Aquino, que en esto sigue la doctrina cristiana universal. Esta introducción a la ética de Tomás muestra que en ella el amor tiene la primacía también porque es además la base, cosa quizá menos conocida. A la ley puede atribuirse condición de fundamento en cuanto expresa el dinamismo interno del amor, pero Tomás no empieza por ella, a diferencia de los racionalistas posteriores. Con su realismo atento a los datos, él mira a los seres humanos, para saber cómo son y adónde se dirigen. Y lo primero que descubre es que van en pos de cuanto creen que les acercará a la plenitud. La energía interior con que se mueven es el amor, en todas sus formas. Un amor equivocado puede ser muy dañino, pero no tanto como no amar. Por eso, el tiro de gracia para la vida moral no es el vicio (quien ama mal aún puede enderezar su amor), sino la falta de amor, la «acedía» dice Tomás: la tristeza paralizante de quien ha desesperado de alcanzar el bien.
Así, la ética de Aquino no es una preceptiva asfixiante, sino una invitación a realizar nuestras mejores posibilidades. Es una propuesta realista, porque Tomás no desconoce nuestras flaquezas ni los obstáculos que nos salen al paso: necesitamos entrenarnos en las virtudes. Pero el empeño está sostenido por Dios, autor y término final de nuestra naturaleza amante. Como bien señala Wadell, Tomás no separa la filosofía moral de la teología moral; mientras conserva el conocimiento filosófico, lo asume desde la perspectiva más alta que da la fe. Y como el tema de Aquino es la vida, a la postre su doctrina ética es también teología espiritual.
Esta obra de Paul Wadell, profesor de Ética en la Unión Teológica Católica (Chicago), es asequible a muchos lectores. La reiteración de ideas y expresiones -que no todos considerarán necesaria- le da un tono cercano a la lección oral. Wadell casi «habla» en su libro, escrito con el entusiasmo de quien ha descubierto en Aquino un tesoro que le urge comunicar.
Rafael Serrano