Asa Briggs y Peter BurkeTaurus. Madrid (2002). 425 págs. 18,25 €. Traducción: Marco Aurelio Galmarini.
El ensayo de Briggs y Burke parte de la renuncia explícita -y legítima- a pretender abarcar toda la historia social de la comunicación desde la imprenta a la actualidad. En cuanto al contenido, se centra en la explicación de las novedades y deja en segundo plano las continuidades (que son tan importantes como las novedades y normalmente tienen mayor relevancia práctica, por su uso real, en los momentos en que las novedades se producen). Su opción metodológica es considerar social sólo lo referido al llamado espacio público. Es una decisión respetable, pero enormemente limitadora y restrictiva.
El libro tiene dos partes muy distintas, hasta en el estilo. Los tres primeros capítulos, redactados por Burke, son claros -brillantes en ocasiones- y usan las limitaciones mencionadas muy positivamente. Burke resulta ameno y sabe relacionar los aspectos culturales con los sociales, económicos y políticos dentro de la más pura tradición británica de los cultural studies: procediendo de lo concreto a lo general y dando sentido general al detalle.
El resto es otro cantar: lamentablemente, los capítulos cuatro a ocho se empantanan progresivamente (por ejemplo, las páginas dedicadas a explicar la evolución técnica de las primeras experiencias sobre televisión). Hasta la traducción se contagia. La opción por los temas transversales y los saltos cronológicos consiguientes pueden hacer el libro original, pero no atractivo ni claro. Hay ya otros libros en el mercado -en concreto en el español- notablemente mejores.
Estas limitaciones hacen el libro bastante desigual. Empieza bien y gusta mucho… y aburre soberanamente desde el capítulo cuatro o cinco. No está conseguida la síntesis, a mi modo de ver. Primero, porque cada capítulo depende demasiado de alguna obra clásica al respecto, que -desde luego- se cita honradamente. No se consigue superar ese aspecto de mosaico en el que las piezas se notan demasiado y hacen que sea difícil adquirir una visión de conjunto: a no ser, en este caso, que uno se aleje demasiado; tanto, que los perfiles se borren. Segundo, porque algunos factores de comparación producen un efecto inmediato de brillantez, pero no tienen demasiado sentido explicativo: casi se quedan en la curiosidad simpática.
El libro está bien construido, pero influirá poco en historiadores y estudiantes. En los primeros, porque no consigue resolver los problemas de síntesis que plantea la comunicación en la edad contemporánea. En los segundos, porque exige una formación previa en el lector que nuestros estudiantes -hoy por hoy- no tienen. En cualquier caso, las múltiples referencias lo convertirán en lugar común de citas para los asesores de imagen, de las que surtirán a personalidades públicas y directivos de grandes empresas para sus discursos.
Julio Montero Díaz