Peace Like a RiverMaeva. Madrid (2003). 351 págs. 18,50 €. Traducción: Alejandro Pareja.
Un río de paz ha tenido un arrollador éxito en los EE.UU., debido sobre todo a su conexión directísima con la literatura popular de aquel país. Reuben Land cuenta la historia de su familia, centrada en los sucesos que ocurrieron en 1961 cuando él tenía once años y vivía en Roofing (Minnesota): su hermano mayor Davy, de 16 años, dispara y mata a dos tipos que intentaron abusar de su novia y que amenazaron a su hermana Swede, de 9 años; huye cuando la marcha del juicio indica que será condenado y, entonces, su padre Jeremiah, con Reuben y Swede, van a buscarlo a Dakota del Norte mientras les siguen agentes federales. La narración está marcada por la mala salud de Reuben, que tiene asma; por la impresionante afición de Swede a las historias del Oeste; por la fe rendida en Dios de Jeremiah, cuya bondad y honradez sus hijos admiran por encima de todo.
El mayor logro del autor es que los personajes de Reuben, Swede y Jeremiah son realmente simpáticos y, en particular, el excelente dibujo de la relación de afecto-complicidad-rivalidad entre Reuben y Swede, que da lugar a escenas memorables. Es muy eficaz el acento directo del narrador, que opina y dirige preguntas retóricas al lector, y cuyo sentido del humor se basa sobre todo en una ironía suave y amable. Son magníficas muchas imágenes y descripciones. Abundan las referencias, directas e indirectas, a escritores como Fenimore Cooper y R.L. Stevenson, a personajes como Huck Finn y Tom Sawyer; y, sobre todo, a los autores más populares de novelas del Oeste como Zane Grey y a forajidos legendarios como Butch Cassidy.
Ciertamente, resulta muy improbable una niña de nueve años que, además de haber leído a todos esos autores, sea capaz de componer una especie de gran balada en verso en homenaje a un proscrito imaginario; pero como Swede desborda encanto, esa cualidad que te hace decir que sí sin necesidad de que te pidan nada, es comprensible que los lectores cierren los ojos y se dejen llevar. En cuanto al poder taumatúrgico de Jeremiah Land, algunas intervenciones que podrían llamarse sobrenaturales son demasiado explícitas y el narrador repite una y otra vez un «entiéndanlo como quieran» que acaba siendo poco convincente.
Con todo, y sin perder de vista que se trata de la primera obra de su autor, Un río de paz merece una nota más que sobresaliente. Se trata de una novela con defectos, sí, pero de las que los lectores lamentan terminar; de aquellas que hacen pensar un poco, emocionan y divierten.
Luis Daniel González