Berlín. La caída: 1945

TÍTULO ORIGINALBerlin. The Downfall: 1945

GÉNERO

Crítica. Barcelona (2002). 542 págs. 27,22 €. Traducción: David León Gómez.

Muchos libros sobre la II Guerra Mundial se han centrado en la descripción minuciosa de las campañas militares o se han ocupado con amplitud de los acontecimientos políticos y diplomáticos ligados a la contienda. El británico Antony Beevor, autor también de la celebrada Stalingrado, no se limita a estas visiones parciales sino que también ahonda en la vida cotidiana de la gente que sufre más directa e intensamente las atrocidades de la guerra: la población civil y los prisioneros, incluyendo por igual a personas con y sin relevancia social.

Si a esto añadimos una exhaustiva investigación en los archivos soviéticos, tendremos una obra de ritmo cinematográfico e impresionantes imágenes verbales. Beevor, que fue durante algunos años oficial regular del ejército británico, demuestra ser un gran conocedor de los temas de estrategia. Pero introduce ocasionalmente reflexiones de carácter ético que hacen que los personajes de esta tragedia bélica de los primeros meses de 1945 dejen de ser meras referencias históricas y adquieran rasgos humanos, pese al comportamiento irresponsable e inhumano de algunos de ellos, sobre todo los dirigentes nazis.

Aquella tragedia es explicable en gran parte porque la ideología y su instrumento, la propaganda, deshumanizaron a los seres humanos y los convirtieron en «infrahombres». Esa fue, por ejemplo, la labor de Goebbels respecto a los judíos y a los pueblos eslavos. Idéntico trabajo realizó en el lado soviético el escritor Ilya Ehrenburgh, que en sus artículos de prensa animaba a los soldados del Ejército Rojo a matar alemanes «en nombre de las madres y de la tierra rusas». De esta manera Alemania conoció escenas de horror insólitas desde la Guerra de los Treinta Años.

No era la primera vez que los rusos entraban en Berlín: lo habían hecho en 1760 en tiempos de Federico el Grande. La diferencia con 1945 es que en esta ocasión las fuerzas rusas habían adquirido el derecho implícito de «vengarse del enemigo» y que el llamado humanismo burgués, capaz de fomentar algún tipo de compasión, estaba proscrito: se calcula que dos millones de mujeres alemanas fueron víctimas de aquella avalancha de odios e instintos desatados. Con todo, los mandos soviéticos tratarían siempre de mantener la imagen de la «elevada moralidad» de su ejército que sólo disparaba contra aquellos que iban armados. La crónica de Beevor nos demuestra, sin embargo, que muchos de los dirigentes soviéticos y nazis perdieron todo punto de vista moral en aquella contienda.

Es significativa la actitud de algunos generales alemanes prisioneros que no concebían que fuera incorrecto el exterminio de las razas o la masacre de los detenidos. Para ellos lo incorrecto era aquello que no tenía éxito: tratar como ganado a rusos y polacos era censurable únicamente porque éstos podrían tratar del mismo modo a los alemanes.

Antonio R. Rubio

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