Quizás sea esta la novela más perfecta del premio Nobel inglés Thomas Hardy (1840-1928), que se reedita con mimo y una excelente traducción.
La inclinación connatural de la literatura anglosajona a convertir los relatos en festivales perceptivos de matices y agudezas brilla en las peripecias de Bathsheba Everdene, una hermosa y joven propietaria rural. Tiene Hardy un excelente dominio en sus acotaciones y glosas sobre el comportamiento de sus esmeradamente construidos personajes victorianos. Si en otras novelas de Hardy (ver servicios 42/99 y 74/99) la urdimbre del drama moral se resiente por cierta premiosidad, Lejos del mundanal ruido apenas tiene desfallecimientos. El cuidado de Hardy en el dibujo de campos, graneros, rebaños y personas («la joven apareció con su nuevo traje de montar, de color verde mirto, ceñido en la cintura como la cáscara ciñe su fruto») parece herencia de su dedicación a la arquitectura, que ejerció hasta los 32 años.
El lector que quiera saber qué es eso de acariciar a los personajes, encontrará en la novela de Hardy una paternidad literaria llena de amabilidad que le lleva a escribir cosas tan inteligentemente compasivas como que «las mujeres nunca se cansan de lamentar la inconstancia de los hombres en el amor, y sin embargo desprecian su constancia».