Lev Tolstói (1828-1910) comenzó a los 18 años a escribir un diario que continuó hasta el final de sus días. Esta es la primera vez que se publica en castellano una selección de sus voluminosos diarios, que ocupan 13 volúmenes de los 90 de sus obras completas. Este primer volumen va desde 1847 hasta 1894; el segundo, que aparecerá próximamente, llegará hasta el último año de Tolstói y recogerá los pensamientos del autor al final de su vida, cuando decide abandonar su casa por las continuas desavenencias con su mujer.
La selección hecha por Selma Ancira no oculta ninguna de las facetas vitales de Tolstói ni esconde sus más íntimas preocupaciones tanto éticas como estéticas. De manera muy especial aparece el control que quiere tener de sus facultades. En este sentido, la asidua redacción del diario «te permite juzgarte cómodamente a ti mismo». En el diario, Tolstói no oculta sus vicios, aunque no se regodea en la descripción detallada de ellos, sino en la lucha que mantiene consigo mismo, actitud que será constante durante toda su vida. A medida que pasan los años también aumentan sus preocupaciones sociales y religiosas.
Las cuestiones literarias ocupan un lugar muy destacado en estas páginas. Tolstói busca desesperadamente un estilo que esté en consonancia con su personal manera de entender el mundo: «Necesito escribir y escribir. Es el único camino para conseguir una forma y un estilo». Hace continuos comentarios sobre sus libros, aunque cuando Tolstói se entrega de lleno a la redacción de una novela deja los diarios en segundo plano. Por eso, hay pocas referencias al proceso de composición de sus novelas más emblemáticas, como Guerra y paz y Ana Karenina. Otro tema muy presente es la borrascosa historia de su matrimonio. Su esposa Sofía nunca llegó a entender el significado de las actitudes éticas y religiosas de su marido, para ella simples excentricidades.
Estas páginas reflejan acertadamente el turbulento mundo interior de un escritor a menudo insatisfecho con su vida y con la realidad que le rodea. «Estos días he reflexionado mucho y muy seguido, y he rezado por algo que he pensado cientos, miles de veces, pero de manera diferente, a saber: que quiero servir a Dios justamente así, con la propagación de Su verdad no a través de las palabras sino de los actos, con el sacrificio, y que no puedo. Él no me lo permite. En vez de eso vivo pegado a las faldas de mi mujer, sometiéndome a ella y llevando yo mismo y con todos mis hijos una vida inmunda, que justifico de manera falsa pretendiendo que no puedo atentar contra el amor». A pesar de los fracasos y dificultades, Tolstói lucha por canalizar acertadamente su idealismo y su radical concepción de la vida.