Espasa Calpe. Madrid (2002). 190 págs. 12 €. Traducción: Vlady Kociancich.
Escrita en 1902, el mismo año que El corazón de las tinieblas, Con la soga al cuello narra la peripecia del capitán Whalley, un viejo lobo de mar que ostenta un sólido prestigio tras cincuenta años navegando por los mares del Sur. Whalley, que ha asistido al nacimiento de las grandes compañías comerciales de Oriente y la aparición de los buques de vapor, ve profundamente alterada su vida a los sesenta y cinco años cuando se arruina. Para hacer frente a esta difícil situación, el viejo Whalley cuenta con dos armas: su altura moral y su sentido del deber, que le llevarán a embarcarse en una difícil aventura en un mundo que reniega de los valores morales de hombres como él.
Dentro de la producción de Conrad (13 novelas, dos libros de memorias y 28 relatos), que publica su primera obra con 38 años, Con la soga al cuello -escrita cuando tenía 45- tiene la solidez propia de un escritor rodado que ha leído mucho y bien. El arranque es sencillamente portentoso, y se contempla con el asombro de un hombre de tierra adentro acodado en la bocana de un puerto: el libro zarpa con la majestuosidad de un velero de carga, ajena a toda afectación. Entre Stevenson y James, ubica Italo Calvino a Conrad, en un inteligente artículo titulado «Los capitanes de Conrad» (Por qué leer los clásicos: ver servicio 20/93). Para Calvino, Conrad tiene la vena copiosa del escritor popular, exquisitez formal y el toque decadentista del que añora lo tradicional y recela del utilitarismo salvaje de la revolución industrial.
Por encima de un tono excesivamente maniqueo, de un desarrollo no especialmente brillante y de la morosidad episódica que salpica buena parte de sus novelas, Con la soga al cuello tiene páginas magníficas que pueden incitar a la lectura de Tifón, lo más depurado que salió de la pluma de un polaco que aprendió inglés con 20 años, para usarlo con una rarísima perfección, que se refleja en esta elegante traducción de una escritora argentina de origen eslavo.
Alberto Fijo