Promesa. San José de Costa Rica (2002). 62 págs.
Los títulos de los seis cantos de este último poemario de Urbina (Mallorca, 1936) dicen mucho del tono y el alcance del clamor de un poeta veterano que se niega a sí mismo el consuelo del escapismo, de la impostura frívola y ficticia. Urbina, hombre y poeta sin solución de continuidad, encierra en este puñado de versos algo de ese misterio que llamamos oración. «Guerra de supervivientes», «Su derrota», «El abandono», «Traición», «Retorno del fuerte» y «Los hijos recobrados», son los rellanos de una escalera donde la angustia se baja en el cuarto para dejar entrar a la ira, que viene con vocación de esperanza y llevando en brazos a la misericordia, abrumada, la pobre, por tanta carga.
«La tierra en que nacimos tiene dueños extraños, / nos cobran el vivir, y Tú nos diste / libertad, el dominio de todo lo que es nuestro». Sorprende la bella cadencia épica de la escritura de Urbina, tachonada de adjetivos altos y severos, un cielo de estrellas rasgado por el llanto de un poeta que carga con la renuencia de un pueblo -el suyo- liberado y libre, empeñado con obscena terquedad en volver a someterse a los cánones de la esclavitud más arbitraria.
Urbina, mucho más cerca de Hopkins que de Eliot, hermanado con la severidad altiva de Mesanza, está muy lejos de los caracoleos habituales en las plumas de la poesía decorativa. Incesante clamor («Vuelve, Padre, / mira tu hermoso huerto pisoteado; / tu casa habitan esos pérfidos. / Si no nos miras, huérfanos de Ti, / huérfanos de madre, sin ternura») es -alegra poder advertirlo- otra cosa.
Alberto Fijo